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Este 21 de marzo se celebra el Día Mundial de la Poesía. Fecha en la que se conmemora, se exalta y se reflexiona sobre una de las formas de expresión e identidad y lingüística de más vieja data de la humanidad, que ha servido de reflejo de los sentimientos y las ideas, así como de un catalizador del diálogo y la reflexión en cada civilización y cultura.
Los orígenes de esta celebración se remontan a una carta que firmó Antonio Pastor Bustamante, poeta y propietario de Editorial Ópera Prima, queque se creará un día para la poesía. En ese documento, el escritor argumentaba su pedido con la noticia del éxito que había tenido la antología de poesía inédita en castellano de Aldea Poética, con versos de todo el mundo, liderada por la escritora Gloria Fuertes. La carta sugería que se declarara el 1 o 15 de abril, como el Día Internacional de la Poesía.
A lo largo de los siguientes años hubo varias comunicaciones para decidir o sugerir la fecha adecuada y finalmente, la Unesco adoptó por primera vez el 21 de marzo como Día Mundial de la Poesía y esa misma fecha, pero del 2000, por primera vez se celebró las primeras jornadas mundiales de la poesía.
Desde entonces, en todo el mundo, esta fecha ha sumado relevancia en el calendario. “La orquestación de las palabras, el colorido de las imágenes y la contundencia de una buena métrica otorgan a la poesía un poder sin parangón. Como forma de expresión íntima que permite abrirse a los demás, la poesía enriquece el diálogo que cataliza todo progreso humano y es más necesaria que nunca en tiempos turbulentos”, manifestó Audrey Azoulay, directora general de la Unesco.
En este día queremos recordar algunas composiciones de poetas colombianos, quienes con sus palabras han inspirado, emocionado y desafiado a generaciones de lectores.
Puerto quebrado - Andrea Cote
Si supieras que afuera de la casa,
atado a la orilla del puerto quebrado,
hay un río quemante
como las aceras.
Que cuando toca la tierra
es como un desierto al derrumbarse
y trae hierba encendida
para que ascienda por las paredes,
aunque te des a creer
que el muro perturbado por las enredaderas
es milagro de la humedad
y no de la ceniza del agua.
Si supieras
que el río no es de agua
y no trae barcos
ni maderos,
sólo pequeñas algas
crecidas en el pecho
de hombres dormidos.
Si supieras que ese río corre
y que es como nosotras
o como todo lo que tarde o temprano
tiene que hundirse en la tierra.
Tú no sabes,
pero yo alguna vez lo he visto:
hace parte de las cosas
que cuando se están yendo
parece que se quedan.
Manuel José - José Luis Díaz Granados
Manuel José, así te decían tus tías y tus amigos.
Yo también te voy a llamar en esa forma
porque ya somos iguales en esta edad adulta.
Además, siempre fuimos amigos, muy amigos, compadre,
y fíjate bien que a lo largo de toda mi poesía,
tan grave y solemne, siempre te llamo padre,
padre mío, compadre, pero aquella poesía funeral
cumplió ya su misión, justo a tiempo, Emejota.
A veces, cuando camino por calles solitarias,
de noche, veo tu sombra y me alegro, y es mi sombra.
En las mañanas, cuando me miro ante el espejo
veo de pronto tus ojos castaños bajo mis cejas,
y me estremezco, ah caramba, y me asusto.
Cuando hablo en voz baja, yo te escucho, papá.
Cuando acaricio, amoroso, el cabello de mi hijo
yo siento tu caricia en mi cabello de niño…
Manuel José, la vida es hermosa, te lo digo ahora:
quisiera contarte tantos episodios que te harían gozar
y no sé ya por dónde empezar, hay tantas cosas,
y a veces yo siento que soy nuevamente tu vida
y entonces, no lo dudo, comienzo el monólogo largo
y me pasan las horas contándote esto y aquello
y el tinto se enfría, Manuelito, y la noche cae…
Poema - Tania Ganitsky
La noche se cerraba
en tu boca
y no había manera
de liberarla.
Nunca temí tanto
por ti, por el silencio –
en la punta
de tu lengua se apagaba
la última estrella
La balada inédita - Julio Flórez
Sentado en una piedra del camino,
y como presa de pesar tremendo,
una tarde cantaba un peregrino
una canción que me quedó doliendo.
Una canción que el alma me penetra
como un escalofrío, una balada
rebosante de hiel: triste es su letra,
pero es mucho más triste su tonada.
El sol iba a morir. Un rojo lampo
de su luz, como un luengo hilo de seda,
se enredaba en los árboles del campo
y sangraba en la frente de Aeda.
Lleguéme al trovador desconocido,
y emocionado preguntéle: ¿en dónde
aprendiste ese canto tan sentido
que a mi clamor parece que responde?
y él contestóme con acento blando,
con un acento musical: Os digo
que lo aprendí no sé dónde ni cuándo
porque, a decir verdad, nació conmigo.
Ese canto en mi ruta es mi alegría:
refresca mi fatiga y mi quebranto;
cuando a hablar comencé... ya lo sabía,
y desde entonces sin cesar lo canto.
De mi orquesta interior él es un eco
que hago sonar en la tardina calma,
y que al salir por el oscuro hueco
de mi boca glacial, me alivia el alma.
Con él recorro el mundo paso a paso,
y siempre en los parajes campesinos,
me gusta, cuando el sol baja a su ocaso,
cantarlo en la quietud de los caminos.
¿Quién eres?, pregunté. Y él dijo:
-El viejo camarada mejor del Desengaño,
nunca a los hombres de acercarme dejo,
y aunque ellos no me ven... los acompaño.
Yo soy el acicate, soy el grito
que se escapa del labio moribundo,
el ay! que repercute en lo infinito,
el verdadero emperador del mundo.
Yo elevo los espíritus, yo arranco
del humano fangal los corazones,
y purifico en el incienso blanco
que arde en mi pecho, todas las pasiones.
Gloria soy de los mártires; sus nombres
viven por mí; yo pongo los cilicios,
yo atormento la carne de los hombres
soy el padre de todos los suplicios.
Yo doy alas al genio, fuerza al justo,
esperanzas a todos los anhelos;
por mí, solo por mí, subió el Augusto
Redentor desde el Gólgota a los cielos.-
El rapsoda calló. Yo lo miraba.
Entre una nube de melancolía;
su corazón como bullente lava
a través de su pecho se encendía.
Su frente era muy blanca, su mejilla
honda, muy honda, sus cabellos canos;
de ébano y oro -excelsa maravilla-
columpiaba una cítara en sus manos.
Como dos claros pozos de tranquilas aguas
en cuencos de marmórea roca,
se remansaba el llanto en sus pupilas
sobre el rictus amargo de su boca.
Aquel hombre... ¿quién era? ¿Acaso un loco?
-¿Te llamas?, pregunté, y el peregrino:
-Soy el dolor-, me dijo, y poco a poco
se alejó en las revueltas del camino.
Marchó de cara al moribundo día,
hacia el lejano resplandor postrero,
y a manera de sol que se moría,
su planta iba sangrando en el sendero.
Abrió la noche su portal; los astros
comenzaron a hervir y un gran lucero
lloró su luz sobre los tibios rastros
del muerto sol y del senil viajero.
Pronto la luna apareció, serena,
sobre un picacho de la curva andina,
y una lechuza desgranó su pena
desde el roto esqueleto de una encina.
¡Allí quedéme estático y suspenso,
sin saber de mí nada; al otro día
pensé en el peregrino, y en él pienso
a través de los años todavía!
Negra soy - Mary Grueso
¿Por qué me dicen morena?
Si moreno no es color,
yo tengo una raza que es negra
y negra me hizo Dios.
Y otros arreglan el cuento
diciéndome de color
dizque pa’ endúlzame la cosa
y que no me ofenda yo.
Yo tengo mi raza pura
y de ella orgullosa estoy,
de mis ancestros africanos
y del sonar del tambó.
Yo vengo de una raza que tiene
una historia pa’ contá
que rompiendo sus cadenas
alcanzó la libertá.
A sangre y fuego rompieron,
las cadenas de opresión,
y ese yugo esclavista
que por siglos nos aplastó.
La sangre en mi cuerpo
se empieza a desbocá,
se me sube a la cabeza
y comienza a protestá.
Yo soy negra como la noche,
como el carbón mineral,
como las entrañas de la tierra
y como el oscuro pedernal.
Así que no disimulen
llamándome de color,
diciéndome morena,
porque negra es que soy yo.
Puñado de tierra - Fredy Chikangana (Wiñay Mallki)
Me entregaron un puñado de tierra para que ahí viviera.
«Toma, lombriz de tierra», me dijeron,
«Ahí cultivarás, ahí criarás a tus hijos,
ahí masticarás tu bendito maíz».
Entonces tomé ese puñado de tierra,
lo cerqué de piedras para que el agua
no me lo desvaneciera,
lo guardé en el cuenco de mi mano, lo calenté,
lo acaricie y empecé a labrarlo…
Todos los días le cantaba a ese puñado de tierra;
entonces vino la hormiga, el grillo, el pájaro de la noche,
la serpiente de los pajonales,
y ellos quisieron servirse de ese puñado de tierra.
Quité el cerco y a cada uno le di su parte.
Me quedé nuevamente solo
con el cuenco de mi mano vacío;
cerré entonces la mano, la hice puño y decidí pelear
por aquello que otros nos arrebataron
Morada al sur - Aurelio Arturo
I
En las noches mestizas que subían de la hierba, jóvenes caballos, sombras curvas, brillantes, estremecían la tierra con su casco de bronce. Negras estrellas sonreían en la sombra con dientes de oro.
Después, de entre grandes hojas, salía lento el mundo. La ancha tierra siempre cubierta con pieles de soles. (Reyes habían ardido, reinas blancas, blandas, sepultadas dentro de árboles gemían aún en la espesura).
Miraba el paisaje, sus ojos verdes, cándidos. Una vaca sola, llena de grandes manchas, revolcada en la noche de luna, cuando la luna sesga, es como el pájaro toche en la rama, “llamita”, “manzana de miel”.
El agua límpida, de vastos cielos, doméstica se arrulla. Pero ya en la represa, salta la bella fuerza, con majestad de vacada que rebasa los pastales. Y un ala verde, tímida, levanta toda la llanura.
El viento viene, viene vestido de follajes, y se detiene y duda ante las puertas grandes, abiertas a las salas, a los patios, las trojes.
Y se duerme en el viejo portal donde el silencio es un maduro gajo de fragantes nostalgias.
Al mediodía la luz fluye de esa naranja, en el centro del patio que barrieron los criados. (El más viejo de ellos en el suelo sentado, su sueño, mosca zumbante sobre su frente lenta).
No todo era rudeza, un áureo hilo de ensueño se enredaba a la pulpa de mis encantamientos. Y si al norte el viejo bosque tiene un tic-tac profundo, al sur el curvo viento trae franjas de aroma.
(Yo miro las montañas. Sobre los largos muslos de la nodriza, el sueño me alarga los cabellos).
