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Versos de Colombia para conmemorar el Día Mundial de la Poesía

En el marco del Día Mundial de la Poesía, presentamos algunos poemas de autores colombianos que han dedicado sus letras a narrar diversos asuntos de la vida propia y la universal.

21 de marzo de 2025 - 01:52 p. m.
El 21 marzo fue declarado el Día Mundial de la Poesía por la Unesco.
El 21 marzo fue declarado el Día Mundial de la Poesía por la Unesco.
Foto: Pixabay
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Este 21 de marzo se celebra el Día Mundial de la Poesía. Fecha en la que se conmemora, se exalta y se reflexiona sobre una de las formas de expresión e identidad y lingüística de más vieja data de la humanidad, que ha servido de reflejo de los sentimientos y las ideas, así como de un catalizador del diálogo y la reflexión en cada civilización y cultura.

Los orígenes de esta celebración se remontan a una carta que firmó Antonio Pastor Bustamante, poeta y propietario de Editorial Ópera Prima, queque se creará un día para la poesía. En ese documento, el escritor argumentaba su pedido con la noticia del éxito que había tenido la antología de poesía inédita en castellano de Aldea Poética, con versos de todo el mundo, liderada por la escritora Gloria Fuertes. La carta sugería que se declarara el 1 o 15 de abril, como el Día Internacional de la Poesía.

A lo largo de los siguientes años hubo varias comunicaciones para decidir o sugerir la fecha adecuada y finalmente, la Unesco adoptó por primera vez el 21 de marzo como Día Mundial de la Poesía y esa misma fecha, pero del 2000, por primera vez se celebró las primeras jornadas mundiales de la poesía.

Desde entonces, en todo el mundo, esta fecha ha sumado relevancia en el calendario. “La orquestación de las palabras, el colorido de las imágenes y la contundencia de una buena métrica otorgan a la poesía un poder sin parangón. Como forma de expresión íntima que permite abrirse a los demás, la poesía enriquece el diálogo que cataliza todo progreso humano y es más necesaria que nunca en tiempos turbulentos”, manifestó Audrey Azoulay, directora general de la Unesco.

En este día queremos recordar algunas composiciones de poetas colombianos, quienes con sus palabras han inspirado, emocionado y desafiado a generaciones de lectores.

Puerto quebrado - Andrea Cote

Si supieras que afuera de la casa,

atado a la orilla del puerto quebrado,

hay un río quemante

como las aceras.

Que cuando toca la tierra

es como un desierto al derrumbarse

y trae hierba encendida

para que ascienda por las paredes,

aunque te des a creer

que el muro perturbado por las enredaderas

es milagro de la humedad

y no de la ceniza del agua.

Si supieras

que el río no es de agua

y no trae barcos

ni maderos,

sólo pequeñas algas

crecidas en el pecho

de hombres dormidos.

Si supieras que ese río corre

y que es como nosotras

o como todo lo que tarde o temprano

tiene que hundirse en la tierra.

Tú no sabes,

pero yo alguna vez lo he visto:

hace parte de las cosas

que cuando se están yendo

parece que se quedan.

Manuel José - José Luis Díaz Granados

Manuel José, así te decían tus tías y tus amigos.

Yo también te voy a llamar en esa forma

porque ya somos iguales en esta edad adulta.

Además, siempre fuimos amigos, muy amigos, compadre,

y fíjate bien que a lo largo de toda mi poesía,

tan grave y solemne, siempre te llamo padre,

padre mío, compadre, pero aquella poesía funeral

cumplió ya su misión, justo a tiempo, Emejota.

A veces, cuando camino por calles solitarias,

de noche, veo tu sombra y me alegro, y es mi sombra.

En las mañanas, cuando me miro ante el espejo

veo de pronto tus ojos castaños bajo mis cejas,

y me estremezco, ah caramba, y me asusto.

Cuando hablo en voz baja, yo te escucho, papá.

Cuando acaricio, amoroso, el cabello de mi hijo

yo siento tu caricia en mi cabello de niño…

Manuel José, la vida es hermosa, te lo digo ahora:

quisiera contarte tantos episodios que te harían gozar

y no sé ya por dónde empezar, hay tantas cosas,

y a veces yo siento que soy nuevamente tu vida

y entonces, no lo dudo, comienzo el monólogo largo

y me pasan las horas contándote esto y aquello

y el tinto se enfría, Manuelito, y la noche cae…

Poema - Tania Ganitsky

La noche se cerraba

en tu boca

y no habí­a manera

de liberarla.

Nunca temí­ tanto

por ti, por el silencio –

en la punta

de tu lengua se apagaba

la última estrella

La balada inédita - Julio Flórez

Sentado en una piedra del camino,

y como presa de pesar tremendo,

una tarde cantaba un peregrino

una canción que me quedó doliendo.

Una canción que el alma me penetra

como un escalofrío, una balada

rebosante de hiel: triste es su letra,

pero es mucho más triste su tonada.

El sol iba a morir. Un rojo lampo

de su luz, como un luengo hilo de seda,

se enredaba en los árboles del campo

y sangraba en la frente de Aeda.

Lleguéme al trovador desconocido,

y emocionado preguntéle: ¿en dónde

aprendiste ese canto tan sentido

que a mi clamor parece que responde?

y él contestóme con acento blando,

con un acento musical: Os digo

que lo aprendí no sé dónde ni cuándo

porque, a decir verdad, nació conmigo.

Ese canto en mi ruta es mi alegría:

refresca mi fatiga y mi quebranto;

cuando a hablar comencé... ya lo sabía,

y desde entonces sin cesar lo canto.

De mi orquesta interior él es un eco

que hago sonar en la tardina calma,

y que al salir por el oscuro hueco

de mi boca glacial, me alivia el alma.

Con él recorro el mundo paso a paso,

y siempre en los parajes campesinos,

me gusta, cuando el sol baja a su ocaso,

cantarlo en la quietud de los caminos.

¿Quién eres?, pregunté. Y él dijo:

-El viejo camarada mejor del Desengaño,

nunca a los hombres de acercarme dejo,

y aunque ellos no me ven... los acompaño.

Yo soy el acicate, soy el grito

que se escapa del labio moribundo,

el ay! que repercute en lo infinito,

el verdadero emperador del mundo.

Yo elevo los espíritus, yo arranco

del humano fangal los corazones,

y purifico en el incienso blanco

que arde en mi pecho, todas las pasiones.

Gloria soy de los mártires; sus nombres

viven por mí; yo pongo los cilicios,

yo atormento la carne de los hombres

soy el padre de todos los suplicios.

Yo doy alas al genio, fuerza al justo,

esperanzas a todos los anhelos;

por mí, solo por mí, subió el Augusto

Redentor desde el Gólgota a los cielos.-

El rapsoda calló. Yo lo miraba.

Entre una nube de melancolía;

su corazón como bullente lava

a través de su pecho se encendía.

Su frente era muy blanca, su mejilla

honda, muy honda, sus cabellos canos;

de ébano y oro -excelsa maravilla-

columpiaba una cítara en sus manos.

Como dos claros pozos de tranquilas aguas

en cuencos de marmórea roca,

se remansaba el llanto en sus pupilas

sobre el rictus amargo de su boca.

Aquel hombre... ¿quién era? ¿Acaso un loco?

-¿Te llamas?, pregunté, y el peregrino:

-Soy el dolor-, me dijo, y poco a poco

se alejó en las revueltas del camino.

Marchó de cara al moribundo día,

hacia el lejano resplandor postrero,

y a manera de sol que se moría,

su planta iba sangrando en el sendero.

Abrió la noche su portal; los astros

comenzaron a hervir y un gran lucero

lloró su luz sobre los tibios rastros

del muerto sol y del senil viajero.

Pronto la luna apareció, serena,

sobre un picacho de la curva andina,

y una lechuza desgranó su pena

desde el roto esqueleto de una encina.

¡Allí quedéme estático y suspenso,

sin saber de mí nada; al otro día

pensé en el peregrino, y en él pienso

a través de los años todavía!

Negra soy - Mary Grueso

¿Por qué me dicen morena?

Si moreno no es color,

yo tengo una raza que es negra

y negra me hizo Dios.

Y otros arreglan el cuento

diciéndome de color

dizque pa’ endúlzame la cosa

y que no me ofenda yo.

Yo tengo mi raza pura

y de ella orgullosa estoy,

de mis ancestros africanos

y del sonar del tambó.

Yo vengo de una raza que tiene

una historia pa’ contá

que rompiendo sus cadenas

alcanzó la libertá.

A sangre y fuego rompieron,

las cadenas de opresión,

y ese yugo esclavista

que por siglos nos aplastó.

La sangre en mi cuerpo

se empieza a desbocá,

se me sube a la cabeza

y comienza a protestá.

Yo soy negra como la noche,

como el carbón mineral,

como las entrañas de la tierra

y como el oscuro pedernal.

Así que no disimulen

llamándome de color,

diciéndome morena,

porque negra es que soy yo.

Puñado de tierra - Fredy Chikangana (Wiñay Mallki)

Me entregaron un puñado de tierra para que ahí viviera.

«Toma, lombriz de tierra», me dijeron,

«Ahí cultivarás, ahí criarás a tus hijos,

ahí masticarás tu bendito maíz».

Entonces tomé ese puñado de tierra,

lo cerqué de piedras para que el agua

no me lo desvaneciera,

lo guardé en el cuenco de mi mano, lo calenté,

lo acaricie y empecé a labrarlo…

Todos los días le cantaba a ese puñado de tierra;

entonces vino la hormiga, el grillo, el pájaro de la noche,

la serpiente de los pajonales,

y ellos quisieron servirse de ese puñado de tierra.

Quité el cerco y a cada uno le di su parte.

Me quedé nuevamente solo

con el cuenco de mi mano vacío;

cerré entonces la mano, la hice puño y decidí pelear

por aquello que otros nos arrebataron

Morada al sur - Aurelio Arturo

I

En las noches mestizas que subían de la hierba,
jóvenes caballos, sombras curvas, brillantes,
estremecían la tierra con su casco de bronce.
Negras estrellas sonreían en la sombra con dientes de oro.

Después, de entre grandes hojas, salía lento el mundo.
La ancha tierra siempre cubierta con pieles de soles.
(Reyes habían ardido, reinas blancas, blandas,
sepultadas dentro de árboles gemían aún en la espesura).

Miraba el paisaje, sus ojos verdes, cándidos.
Una vaca sola, llena de grandes manchas,
revolcada en la noche de luna, cuando la luna sesga,
es como el pájaro toche en la rama, “llamita”, “manzana
de miel”.

El agua límpida, de vastos cielos, doméstica se arrulla.
Pero ya en la represa, salta la bella fuerza,
con majestad de vacada que rebasa los pastales.
Y un ala verde, tímida, levanta toda la llanura.

El viento viene, viene vestido de follajes,
y se detiene y duda ante las puertas grandes,
abiertas a las salas, a los patios, las trojes.

Y se duerme en el viejo portal donde el silencio
es un maduro gajo de fragantes nostalgias.

Al mediodía la luz fluye de esa naranja,
en el centro del patio que barrieron los criados.
(El más viejo de ellos en el suelo sentado,
su sueño, mosca zumbante sobre su frente lenta).

No todo era rudeza, un áureo hilo de ensueño
se enredaba a la pulpa de mis encantamientos.
Y si al norte el viejo bosque tiene un tic-tac profundo,
al sur el curvo viento trae franjas de aroma.

(Yo miro las montañas. Sobre los largos muslos
de la nodriza, el sueño me alarga los cabellos).

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