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Claudia Amador: “El caribe también tiene oscuridad y melancolía”

Claudia Amador, una de las invitadas a la pasada Feria del Libro, habló en esta entrevista sobre su novela Altasangre (Laguna).

Andrés Osorio Guillott
15 de mayo de 2025 - 02:00 p. m.
Portada del libro Altasangre, de la escritora barranquillera Claudia Amador.
Portada del libro Altasangre, de la escritora barranquillera Claudia Amador.
Foto: Laguna Libros
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“Siempre estuve vinculada con el arte. Soy de Barranquilla, y allá dedicarse a las artes es complicado. Uno no puede simplemente decir: “quiero ser escritora” o “quiero hacer arte para vivir”. Eso genera señalamientos. Pero tuve la suerte de tener unos papás que preferían que hiciera eso a no hacer nada. Desde joven me vinculé al arte; estudié en un colegio con énfasis artístico, aunque en ese momento no escribía. Leía muchísimo, era una lectora obsesiva, pero no me sentía capaz de escribir algo como lo que leía", contaba Claudia Amador, autora de Altasangre (Laguna), libro que se llevó el año pasado el Premio Nacional de Narrativa Elisa Mújica.

“Empecé escribiendo dramaturgia, porque venía del teatro. Algunas obras resonaron un poco en Barranquilla, ganaron estímulos, y esa transición hacia la escritura fue natural. Un punto de inflexión fue cuando participé en el concurso Mirabilia de ciencia ficción, en Bogotá. Mi primer cuento fue publicado, y aunque era un texto ingenuo, me hizo sentir que lo que escribía podía conectar con alguien. A partir de ahí, tomé talleres, hice cursos, estudié Literatura, y finalmente me mudé a Bogotá buscando más oportunidades”, dijo Amador, que reconoció además que aunque se fue de Barranquilla hace ya varios años, cada vez la quiere más. Ahora, en la capital, además de seguir apostándole a su carrera como escritora, es una de las libreras de la Librería Woolf, enfocada en literatura hecha por mujeres.

Altasangre, una de las novedades que dejó la pasada Feria Internacional del Libro de Bogotá, nos plantea un escenario quizá inédito para muchos en nuestra literatura: el de la presencia de vampiros en el Caribe colombiano.

¿Cómo llegó esa idea de construir una historia de vampiros en Barranquilla?

Nació como un ejercicio del pregrado. Yo daba clases a niñas, y propuse un taller para pensar el terror desde lo local: ¿cómo serían los vampiros si vivieran en la ciudad natal de cada una? A mí siempre me gustó lo gótico, pero sentía que no encajaba con el Caribe. Rechazaba ese calor, esa estética. El primer texto fue un prólogo: una criatura llega a una familia y debe ser domesticada. Luego descubrimos que es una niña. Esa fue la semilla.

También pasó que me reconcilié con el Carnaval de Barranquilla y me di cuenta de que era una grieta perfecta para que surgiera un universo fantástico. Es un momento de inversión de roles, de caos, donde todo puede pasar. Ahí empecé a construir el mundo de la novela.

¿Cómo fue el proceso de adaptar un género como el terror gótico a Barranquilla?

Lo primero fue quitarme ideas preconcebidas. El vampiro no tiene por qué ser europeo. Hay criaturas similares en muchas culturas. Pensé: ¿qué es esencial en el vampiro? Y lo adapté. En mi historia, hay una industria de sangre. Barranquilla es fiestera, mágica, pero también industrial. El Carnaval pasa por la zona industrial. Todo eso se mezcla.

También incluí referencias locales, entre ellas una criatura caribeña que se transforma en bola de fuego y succiona sangre. El sincretismo del Caribe y el Carnaval me permitieron construir vampiros propios, conectados con lo económico, lo social y lo fantástico.

En la novela hay una crítica social, sobre todo a las élites barranquilleras...

Sí, eso está presente. En Colombia no solo hay clases sociales: hay castas. Y trascenderlas es muy difícil. En Barranquilla, el espectáculo del Carnaval refuerza eso. Las reinas suelen ser de clases altas, porque se necesita dinero, patrocinio. Al principio mi enfoque era más de denuncia: “el vampiro como casta alta que chupa sangre”. Pero luego me interesó más retratar ese mundo, con sus contradicciones.

La estructura social de la novela está dividida en pura sangre, mixtos y humanos. Todos quieren transformarse, tener poder o huir de él. El Carnaval lo permite. Como en la vida real, todos se disfrazan, todos cambian de rol. Eso me sirvió para explorar dinámicas de poder y también el papel que se les exige a las mujeres, algo que también retrataba Marvel Moreno en su literatura.

¿Por qué el Carnaval es tan importante en la novela?

Porque es el momento en que todo se revuelca. Narrador, lector y personajes están en una especie de juego de espejos, como en Cervantes. Todo el mundo es espectador y actor al mismo tiempo. Eso me permitió construir un universo carnavalesco donde las reglas se disuelven.

Además, a nivel personal, fue clave. Yo estaba peleada con el Carnaval, pero aprendí a amar el folclor, a apreciarlo. Porque antes, en mi idea de lo oscuro, lo gótico, lo de afuera era mejor. No había apreciado la belleza de lo nuestro.Y el folclor colombiano —particularmente el del Caribe, que es con el que estoy más familiarizada— es una cosa hermosa. Está lleno de magia, de fantasía, de oscuridad, de terror también. No es tan lejano al post-punk gótico o al rock oscuro.Encontré esa misma melancolía triplicada en el folclor, y eso me pareció muy poderoso. Aprendí a tocar la tambora, y eso también está en la novela en pequeños fragmentos de música.

Me di cuenta de que el Caribe también tiene oscuridad, melancolía, misterio. Ahí encontré el vínculo entre lo gótico y lo nuestro.

¿Y por qué aparece la canción Te olvidé?

Porque es un himno del Carnaval, y también porque fue la primera canción que me enseñaron en el colegio, en folclor. Es un chandé, el ritmo más sencillo. Marca el inicio y el final del Carnaval. Su letra triste pero pegajosa me servía para hablar del duelo, del paso entre mundos. En la novela, funciona como un hilo emocional.

La novela tiene una presencia fuerte de la muerte. ¿Cómo fue esa exploración?

Me interesaba mostrar que la muerte no es el final, sino una transformación. Hay personajes —como Enriqueta y Julia— que encarnan distintas formas de afrontar la muerte. Enriqueta es frontal, Julia le teme profundamente. Y está Henrietta, la nieta, que carga un duelo doble: el de su abuela y el de una vida que no podrá vivir como quería.

En este universo, la muerte tiene una continuidad. A veces se accede a ella a través de un antro de salsa. Es una muerte simbólica, pero también literal, emocional.

Por último, ¿cómo fue también esa exploración y apuesta por los personajes femeninos?

Desde que empecé a escribir ciencia ficción, me ha atravesado la idea de la estética en las mujeres: el peso de la belleza, de la perfección. En la costa eso se siente con fuerza. A una la crían con frases como: “péinate bien”, “pareces una loca”, “te presento al hijo de mi amiga”. Hay una presión de “ser muñeca”, de estar perfecta.

En Altasangre hay personajes que enfrentan eso, que intentan romperlo o que lo sufren. Incluso sin haber leído antes a Marvel Moreno, al leer En diciembre llegan las brisas sentí mucha resonancia. Las mujeres en la costa cargan muchas expectativas. Quise mostrar eso también en mis personajes.

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