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Ángela Catalina Joya, la mujer que puso un ojo crítico en el trabajo doméstico

La investigadora recibió el premio Antonio Restrepo Barco por su trabajo “Infancias subordinadas: historias de familia en el trabajo doméstico”, en el que reconstruyó y problematizó la historia de las mujeres de su familia que crecieron en este contexto.

Santiago Gómez Cubillos
06 de junio de 2025 - 01:00 p. m.
Joya también es magíster en estudios sociales de la Universidad del Rosario.
Joya también es magíster en estudios sociales de la Universidad del Rosario.
Foto: Archivo personal
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¿Qué la motivó a investigar la vida de las trabajadoras domésticas?

Más que investigar la vida de las trabajadoras domésticas, comencé por investigar la vida de mi familia. Soy antropóloga y, normalmente, como investigadores solemos hacer viajes extensos a lugares muy lejanos, considerando que esa es la forma adecuada de investigar. Opté por lo contrario: puse mi propia vida en el centro del análisis y me fijé en qué estaba sucediendo. Eso me hizo descubrir que el trabajo doméstico funciona como un articulador de las generaciones. En ese sentido, mi acercamiento estuvo mediado por mi historia familiar y, en particular, por las historias de las mujeres.

¿Hubo alguna conversación en específico que diera lugar a esa curiosidad?

La investigación nació en conversaciones que tenía con mi abuelita, sobre todo durante celebraciones familiares. Empecé a tomar notas de campo desde esas charlas, pero con una mirada analítica e investigativa. Además, coincidió con el contexto de la pandemia, cuando desde la academia se nos empezó a sugerir hacer autosocioanálisis, que son investigaciones que parten de nuestra propia cotidianidad. Mientras muchas personas giraron hacia lo digital, yo me enfoqué en lo familiar, en observar críticamente con quién estaba compartiendo ese momento y qué podía aprender de allí. Así nació, pero con el tiempo fue adquiriendo complejidad.

¿Qué significó tomar la distancia que requiere una mirada académica para poder contar esta historia?

La distancia académica fue reveladora, porque me permitió alejarme de las narraciones morales que solemos usar, esas donde siempre hay buenos, malos y un protagonista. Mi abuela y mi bisabuela no escapaban a esa lógica: muchas veces presentaban a los empleadores como los “buenos” que ayudaron a las niñas, pero sabía que eso no era tan así. Como nieta, lo que hice fue respetar y registrar esos afectos, pero como investigadora debía reconocer que ni unos ni otros eran enteramente buenos o malos. Cada cual ocupaba una posición de poder y ejercía ciertas formas de dominación. Las estructuras de clase y género atraviesan mi historia familiar, y eso no podía quedar fuera del análisis. Además, entendí que las nociones de familia e infancia son profundamente contextuales, no solo geográfica, sino también históricamente. Hablé de cosas que hoy son profundamente incómodas, porque estamos en un momento donde hay una proliferación de derechos e incluso estamos pensando esos conceptos de manera diferente. Pero en el siglo XX eran aceptables e incluso deseables muchas de estas posiciones para las mujeres.

Habló con mujeres de diferentes generaciones, ¿cómo le sirvió esto para entender el panorama del trabajo doméstico?

Verlo de forma intergeneracional implicó reconocer las enormes diferencias en nuestras infancias. Por ejemplo, cuando tenía cinco años estaba en el jardín, podía disfrutar de actividades de ocio como natación, música o deportes. En cambio mi bisabuela, a esa misma edad, ya tenía que trabajar. Era analfabeta, nunca fue al colegio, no tuvo a juguetes ni a ninguna forma de ocio. Esas distancias son muy reveladoras. También implicó preguntarme cómo vivió mi mamá la historia de mi abuela y su abuela como trabajadoras domésticas. Ahora, una idea que defiendo es que el trabajo doméstico infantil que ellas vivieron no se quedó en el siglo XX. Fue una realidad que marcó toda su vida. Mi bisabuela trabajó como empleada doméstica interna hasta su muerte en los años noventa. Nunca tuvo vacaciones, ni exigió un salario justo, ni pensión, ni salud. Aunque la legislación ya contemplaba esos derechos, para ella no tenían cabida. Hoy eso nos resulta inconcebible, pero mi idea no era quedarme estancada en ese pasado, sino poder problematizarlo.

¿Cree que su investigación puede ser un contrapunto al argumento que defiende que no se debería dar ventajas a ciertos sectores por su condición social, sino que todo debería basarse únicamente en el mérito?

Sí, claramente. Mi investigación evidencia las desigualdades de género estructurales que se enseñan desde la infancia. Desde que naces ya estás en una posición determinada, sin posibilidad de elección, y aprendes a ocupar ese lugar con el tiempo. Por eso la meritocracia, como muchas veces se presenta, es una falacia. No se da realmente. Lo que mostré en mi investigación es que en el siglo XX la estructura social condicionaba a las mujeres al espacio privado, y no solo a las que fueron trabajadoras domésticas, sino también a las empleadoras. Por eso se necesitan acciones concretas, tanto desde el Estado como desde el mercado y las empresas. Mi investigación tiene todo que ver con ese tema porque muestra cómo desde niñas aprendemos esos roles. Quise hablar de infancias subordinadas no solo para referirme al trabajo doméstico infantil, sino también para señalar cómo el género moldea lo que haremos en la adultez. Y cómo eso estructura toda la sociedad colombiana, desde el siglo XX hasta hoy.

¿Qué significó recibir el premio Antonio Restrepo Barco por esta investigación?

Este premio reconoce la investigación sobre la familia en Colombia, un campo que considero fundamental y que no siempre tiene la visibilidad que merece, pero lo que más me emociona de este es su capacidad de divulgación. En la academia se producen muchísimos trabajos, se escriben libros y artículos valiosos sobre temas que nos hablan del país que habitamos, pero muchas veces se quedan ahí. Recibí este premio con mucha emoción, porque me dio la oportunidad de hablar no solo con mis homólogas académicas, sino también con otros sectores, y de esa manera sacar a todas esas niñas que fueron trabajadoras domésticas y fueron silenciadas por una historia oficial para que estén y tengan voz. Incluso, mi invitación también es a seguir haciendo investigación sobre la parte íntima de nuestras familias. Como investigadores, somos parte de la realidad social y de los contextos que estudiamos. Investigar nuestras historias familiares implica un reto por la cercanía, pero también es una manera poderosa de mostrar quiénes somos y cómo nuestras experiencias están ligadas a los procesos sociales más amplios. Este premio me emociona mucho por todo eso, y espero que logre trascender las barreras académicas para abrir más conversaciones sobre el trabajo doméstico, las infancias subordinadas y el papel de las mujeres en la historia de Colombia.

Santiago Gómez Cubillos

Por Santiago Gómez Cubillos

Periodista apasionado por los libros y la música. En El Magazín Cultural se especializa en el manejo de temas sobre literatura.@SantiagoGomez98[email protected]
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