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Miguel Ángel Borja, después de seis semanas y siete partidos sin convertir, volvió al gol. Una eternidad para un delantero, y que lo tenía en el centro de las críticas de la prensa argentina en las últimas semanas.
Pasaron 571 minutos desde su último grito, aquel 22 de febrero ante San Martín de San Juan, hasta su gol 57 con la camiseta de River. Una sequía que se convirtió en la más extensa desde su llegada al club, incluso superando los 474 minutos sin marcar que había sufrido en 2024.
La racha se cortó en Junín. Con un movimiento clásico de centrodelantero: ganarle la espalda al defensor, anticipar el centro y definir con la suela. Gol y alivio.
Borja necesitaba ese gol. Y River también. No solo por el resultado —aunque el partido terminaría empatado por un rebote desafortunado suyo que derivó en el tanto del rival— sino por lo que representó en lo anímico: el colombiano se quitó un peso que cargaba hace tiempo. Uno que había aumentado luego del penal fallado frente a Ciudad de Bolívar en Santiago del Estero.
Por eso, cuando la pelota besó la red tras rozar el poste derecho de Lucas Acosta, no solo Borja respiró. Todo River lo hizo.
El Colibrí necesitaba volver a sentirse importante. Porque su lugar en el equipo parecía haber entrado en duda. En Lima, por ejemplo, cuando Gallardo apostó por un ataque más móvil con Sebastián Driussi y Facundo Colidio, Borja miró desde el banco. Su rol de definidor puro parecía perder espacio en este River 2025 más dinámico y asociativo.
Sin embargo, los goleadores hablan con goles. Y Borja volvió a hacerlo. Ahora está a solo cinco de igualar a Juan Pablo Ángel como el máximo artillero colombiano en la historia del club. La marca está cerca. La confianza, también.
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