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Filosofía para las que están tragadas

El amor, como el conocimiento, solo puede surgir en el alma y, al mismo tiempo, solo puede realizarse con otras personas. Ambos fenómenos nos sacan del mundo privado de pensamientos y emociones y nos instalan en un mundo común donde otros están vivos.

Por Pablo Rolando Arango
17 de noviembre de 2018
Filosofía para las que están tragadas
Ilustración: Tobías Arboleda.

Ilustración: Tobías Arboleda.

En una de las primeras obras filosóficas dedicadas a la investigación del amor, Platón pone en boca del comediante Aristófanes la siguiente fábula: "Había una vez unos seres de ocho extremidades y dos caras que, a diferencia de los humanos y los dioses, no estaban incompletos. No eran atravesados por la duda; no estaban sujetos a lucha entre el deseo y el remordimiento; no andaban por ahí como nosotros buscando lo que no se nos ha perdido y fracasando eternamente en encontrarlo —desde Sócrates hasta Óscar Wilde ha prevalecido la sabiduría según la cual hay dos grandes desgracias en la vida: alcanzar lo que uno quiere, y no hacerlo—. Pero los dioses sintieron envidia de tal plenitud y decidieron —à la colombienne, como parece gustarles a todos los dioses, desde Huitzilopochtli hasta Jeová, pasando por Zeus— descuartizar  a estos seres, partirlos en dos. Desde entonces van por ahí con cuatro extremidades —a veces menos—, una sola cabeza —a veces menos—, y llenos de un tumulto que no cesa y que los arrastra de aquí para allá. En la fábula, estos guiñapos somos nosotros. Y el amor es lo que logra el milagro transitorio de regresarnos a esa condición primordial de plenitud, integridad y certidumbre".

Traduciendo a Platón en el siglo XX, Ford Madox Ford dijo que todas estamos muy solas, todas tenemos mucho miedo, todas estamos muy necesitadas de una confirmación exterior de que merecemos existir. El amor salva y aniquila por igual porque nos saca de ese estado: ya no necesitamos razones; todo en el mundo, hasta el dolor y la miseria, parece en su sitio; estamos justificadas y sin fisuras. Por eso, cuando somos expulsadas del amor, volvemos a la oscilación y la fractura, a la urgencia y la ausencia de razones. 

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Tanto en la búsqueda del conocimiento como de una sociedad justa, el amor es esencial, al menos según Platón. El amor, como el conocimiento, solo puede surgir en el alma y, al mismo tiempo, solo puede realizarse con otras personas. Ambos fenómenos nos sacan del mundo privado de pensamientos y emociones y nos instalan en un mundo común donde otras personas están vivas. 

Sin un amor genuino por la verdad, pronto abandonaremos el camino del conocimiento y, en cambio, terminaremos buscando el prestigio, convencer a otras personas, ganar en una discusión. El verdadero amor por el saber implica reconocer los errores, estar atentas a las múltiples distracciones que nos hacen cambiar el deseo de saber por otras cosas: fama, elogios, conformidad. En el caso de la vida en sociedad, sin amor no habría comunidad sino una mera reunión de mercenarios. 

Pero el amor también puede ser mortal. ¿Cuántos patriarcas o matriarcas amorosas han descarrilado sociedades enteras? Para no hablar de los asesinatos por amor, que constituyen toda una saga de costumbres y de géneros artísticos. También Platón nos ofrece aquí una guía. A lo largo de un forcejeo de décadas, llegó a la idea de que en el alma humana hay una división en tres partes: la parte instintiva, la sede de los deseos más universales y magnéticos de los seres humanos: el sexo, la comida, las borracheras. Esta sección reside en el bajo vientre y todas sabemos lo duro que es lidiar con ella. La virtud asociada a esta parte es la templanza, ya que sólo refrenando nuestros instintos naturales podremos elevarnos hasta el amor por lo bello y la justicia; todo lo demás es dicha pagana transitoria y remordimiento permanente. Luego está la parte correspondiente a la furia, cuya virtud es la valentía y se ubica en el pecho. Como en el caso de los apetitos, sólo una ira controlada por la virtud puede encaminarse al bien. Lo demás es odio irracional y destrucción y muerte. Y, finalmente, está la parte racional del alma. Como siempre, Platón, el filósofo que expulsó a los poetas y cantantes por mentirosos, nos ofrece otra fábula:

"Imagine un coche tirado por dos caballos: uno noble y fuerte, el otro igualmente fuerte pero depravado e indómito. Imagine que usted debe manejar el coche. Imagine que va por un camino escarpado sobre el filo de una montaña, a cuyos lados está el abismo. A menos que tenga la pericia apropiada, y la paciencia, lo más probable es que el caballo sedicioso lo arruine todo".

Del mismo modo, pensaba Platón, el amor y el conocimiento deben encauzar la sociedad para que ésta no se destruya. Platón plantea una analogía entre el alma y el Estado: los obreros y comerciantes son el equivalente de la parte instintiva del alma; los guardianes, el ejército, equivalen a la furia; y las reinas filósofas —Platón es una rareza en la historia de la filosofía, por considerar que las mujeres también podrían gobernar— corresponden a la parte racional del alma, y deben gobernar a los demás. 

Otra manera de ver el significado político del amor es considerando una sugerencia de Marx. Una tirana despiadada puede usar el léxico del amor. Lo mismo que una madre perversa. "Esto lo hago por su bien" puede ser una de las frases más usadas de todos los tiempos para cagarse en una persona o una sociedad. ¿Cómo convencer a los padres de un niño que muere de hambre, mientras otros nadan en la opulencia que, sin embargo, pertenecen a una comunidad que los quiere y cuida? Donde los filósofos liberales veían relaciones libres entre adultos, Marx vio la explotación de la clase obrera por parte de la clase capitalista. Así como en el mito de Caín y Abel, la sociedad burguesa mima a sus hijos predilectos —los empresarios, los dueños de los medios de producción—, y desprecia a los otros —los proletarios, los pobres, los que solo se tienen a sí mismos para venderse en el mercado—. Pero llega un momento en que los Caínes proletarios no soportan más y se rebelan, y matan a sus hermanos privilegiados por el amor paterno. Es fácil ver en esta caricatura -no pretendo que sea un reflejo de las ideas de Marx- un odio mortal por las instituciones y la comunidad. Pero es un error: tanto como Platón, lo que Marx quería era imaginar una sociedad en la que todas las personas se sintieran reconocidas y amadas. Pero ya sabemos que a veces los peores males se hacen por amor, con las mejores intenciones.

Una característica de la filosofía es que sus respuestas siempre parecen dudosas, imposibles, estrambóticas; y sus preguntas parecen eternas. Uno de los problemas fundamentales que Platón quería resolver era el de cómo educar a los militares: dado que se necesita que sean ásperos con los enemigos, pero amorosos con los conciudadanos, se plantea el problema de cómo debe ser la educación de los guardianes para lograr este frágil y necesario equilibrio entre fiereza y amor. Es un problema que cada generación debe resolver de nuevo.

Pero también los filósofos se han descarriado con el amor. La posición del mismo Platón es problemática, puesto que es fácil entender la utopía que propuso como si fuera una pesadilla totalitaria —fue así como la interpretó Karl Popper—. Y están las bobadas que casi todos han dicho sobre el sexo y las mujeres. Kant es un buen caso, puesto que es al mismo tiempo un gran pensador y un pendejo. Dijo, por ejemplo, que la masturbación es moralmente peor que el suicidio. También dijo que el mejor método para que una mujer evitara la violación es el matrimonio; y que los bastardos podían ser asesinados por haber nacido por fuera del matrimonio —en el argumento que ofrece, compara a estos niños con la mercancía de contrabando, que debe ser destruida por haber sido introducida ilegalmente—.

Hemos vuelto, como ocurre frecuentemente con la filosofía, al punto de partida. No hay un único problema del amor, pero si hay uno más urgente que los otros, al menos para nuestras vidas colectivas: el amor por las niñas. Es en los primeros años en los que la sociedad le dice a una persona qué tan importante es, o qué tan prescindible.  Por lo visto, no tenemos mucha idea de cómo hacerlo. Pero deberíamos seguir intentando.
He usado el femenino para incluir ambos géneros. Por equivalencia lógica, si se puede usar el masculino para ambos géneros, también debe ser posible hacerlo a la inversa. Además, todas somos personas, y también nos gusta pensar que somos almas. 

Por Pablo Rolando Arango

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