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Cartagena celebra 492 años: así se canta, se ilustra y se escribe la ciudad

Reconocida como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, la ciudad conmemora 492 años como símbolo de resistencia, mestizaje y riqueza cultural.

Valeria Gómez Caballero
01 de junio de 2025 - 02:58 p. m.
Cenelia Alcázar, Kike Sierra y Raúl Muñoz representan distintas generaciones que, desde el arte, mantienen viva la memoria de Cartagena.
Cenelia Alcázar, Kike Sierra y Raúl Muñoz representan distintas generaciones que, desde el arte, mantienen viva la memoria de Cartagena.
Foto: Cortesía Civitatis
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Cada vez que se aproxima el 1 de junio, Cartagena celebra no solo un año más de su fundación, sino una nueva mirada a través de quienes la han vivido, sufrido y amado. Esta ciudad del caribe colombiano nació en 1533, cuando Pedro de Heredia levantó sus primeras estructuras sobre el antiguo territorio de Calamarí. Desde entonces, fue creciendo como puerto estratégico para la corona española, fortificándose contra piratas, convirtiéndose en punto clave del comercio de esclavos y más adelante volviéndose el primer lugar del país en declarar su independencia. La llaman “La Heroica”, y por eso su historia no cabe solo en los libros: hay que buscarla en las voces de quienes la cuentan a través de su arte.

Cartagena a través de la música

Cenelia Alcázar, “la dama del Bolero”, tiene 90 años y dice que Cartagena lo es todo: su tierra, su música, su memoria. Nació y creció en el barrio Torices, donde recuerda la hermandad entre vecinos como una constante de su infancia. Desde pequeña escuchaba cantar a su hermana y sin saber música ya le hacía voces.

Nunca quiso irse de Cartagena, aunque las oportunidades de su talento la llevaron a visitar otros lugares, siempre regresaba a su casa. Se enamoró del bolero, cantó en sitios emblemáticos como La Quemada, el Club de Pesca, en plazas y escenarios nocturnos. Le cantó a Gabo, a presidentes de otros países y a tantas parejas que aún la buscan por su voz puesta solo en los boleros románticos. “Cartagena es mi tierra. Nací, me casé, tuve mis hijos y canté aquí”, expresó. Hoy, sigue cantando en el espectáculo “Sabrosura”, una puesta en escena que narra la vida, la música y las costumbres de la ciudad, y que se presenta en el teatro de La Serrezuela.

Para ella, el bolero es más que un género: es una forma de transmitir sentimiento, identidad, historia. Su aporte a la cultura de la ciudad no solo está en los escenarios que pisó, sino en la memoria emocional de quienes la escuchan. “Cartagena ha cambiado mucho, pero el cariño por esta ciudad sigue igual. La queremos, y tratamos de que el visitante sienta lo mismo”, agregó.

También, para Cenelia, Cartagena es sinónimo de romanticismo. Lo dice con la certeza de quien ha vivido la ciudad desde la música, la calle y los atardeceres frente al mar. “La ciudad es heroica y romántica. Porque tú sabes lo que es sentarse ahí a la orilla del mar, contemplar la luna llena y evocar unos recuerdos gratos… Yo digo que eso identifica la ciudad, la luna, el mar, identifican a Cartagena”.

Cartagena Ilustrada

Para Jorge Sierra, de 45 años y a quien le dicen “Kike”, Cartagena no son las murallas ni la de las fotos para turistas, sino la que se vive en los barrios, en las esquinas, en las casas que ya no están. Uno de sus recuerdos más entrañables es una pintura que hizo a los 14 años, sentado con su madre frente a los antiguos kioscos de jugo en Los Pegasos. “No es una gran obra, pero es una reliquia. Hace poco la reinterpreté con mi técnica actual y mucha gente conectó con ella”. Su trazo no busca embellecer, sino recordar: es memoria ilustrada. Para él, pintar es un acto de resistencia.

Kike estudió ilustración, hizo cursos de pintura desde muy joven y tuvo grandes maestros que le inculcaron el amor por la ciudad. Vivió más de 10 años en España, entre Valencia y Barcelona, estudiando y trabajando como diseñador gráfico. Pero en 2011 una tragedia lo trajo de vuelta, su madre y su hermano menor fueron asesinados durante un intento de robo dentro de su casa. “La inseguridad llegó a mi familia… volví con rabia, odiando la ciudad que tanto había idealizado”, recordó.

Al principio, no quería quedarse. Pero lo que comenzó como un duelo se transformó en un ejercicio consciente de memoria gráfica. Va por la ciudad con un cuaderno o con una cámara para retratar lo que ve desde lo común. Su proyecto Cartagena Gráfica nació del deseo de conservar en imágenes la ciudad popular, la que él mismo vivió, la que lo formó. “Percibía una Cartagena más de la gente, más del cartagenero”, recuerda. Esa es la ciudad que sigue ilustrando: la de los barrios, las carretillas, los kioscos, las casas de Manga que se convirtieron en edificios altos.

Dibuja porque quiere recordar. Porque sabe que lo que no se retrata, puede borrarse. “Yo dibujo lo que dibujo para no olvidarlo, porque la ciudad está creciendo mucho, está cambiando muchísimo”. Un elemento con que identifica a Cartagena son las carretillas. Las pinta una y otra vez porque para él son un símbolo: “Es un artilugio que la modernidad no lo ha podido reemplazar. De hecho, los carros cocheros, por ejemplo, ya los van a cambiar y van a ser eléctricos. Pero las carretillas, oye, se siguen utilizando. Parece que van a perdurar sobre la historia”.

También le conmueven los pequeños gestos anónimos que, para otros, pasarían desapercibidos. Como cuando una persona pone una rama o una bandera para marcar un hueco en la calle. “Ahí está el gesto de la sociedad también… hay gente que dice, oye, para que la gente no se vaya por ese hueco, vamos a meter lo que haya por ahí… lo pone ahí, como para decir, mira, si vienes en un carro ya sabes que no hay, y lo tienes que esquivar”.

O como esa escena de una tarde cualquiera: “Un señor ha parado en la calle y ha cogido un palo largo y ha empezado a bajar unos mangos en medio de la calle real… para el tráfico, pero al final la gente ni le pica. El hombre está bajando sus mangos, o sea, son esas cosas espontáneas que a mí me emocionan. No lo puedo ver en ningún otro país, o sea, en ninguna otra ciudad del mundo puedo pensar que eso lo hay”. Esos momentos, esos objetos y esos paisajes urbanos son para Kike parte del alma de Cartagena. En cada ilustración suya siente una ciudad viva, cercana, en transformación, pero todavía profundamente humana.

Cartagena escrita

Raúl Muñoz la describe, pero con palabras. Tiene 23 años y desde pequeño supo que quería escribir. Es docente de francés e italiano, actor de teatro y autor de Relatos de un Caribe, un libro que nació de una certeza: la necesidad de contar la realidad cartagenera desde la mirada juvenil. “Relatos de un Caribe, es una antología de nueve cuentos que cuentan la realidad cartagenera, pero desde la óptica juvenil”, explicó. Sus historias están llenas de mar, de acento, de barrios, de conversaciones cotidianas y de una ciudad que cambia constantemente, pero que guarda una esencia difícil de borrar.

Su inspiración parte de lo que ve a diario y de lo que ha aprendido trabajando con jóvenes. Lo que lo llevó a escribir del caribe, especialmente de Cartagena, fue comprender “el realismo mágico en el cual vivimos nosotros inmersos”. Pero aclara que no es el realismo mágico de los libros, sino algo mucho más concreto: “Cuando uno habla de Cartagena, uno se da cuenta de que no es un realismo mágico, es una realidad mágica”. Esa magia, para él, está en los gestos espontáneos, en la facilidad con la que las personas se conectan, en la calidez natural del Caribe.

Entre los elementos que más relaciona con la ciudad está el mar: “Nosotros como cartageneros, lo primero que tenemos que entender es que tenemos ciudad gracias al mar, todo pasa por el mar y todo pasó por el mar”. También se interesa profundamente por el lenguaje, por cómo se habla, cómo se piensa y cómo eso refleja una identidad. “Nuestro lenguaje nace pues de la idiosincrasia, es decir, de la manera como nosotros pensamos”, afirma. Por eso en su libro preserva la forma auténtica de expresarse del cartagenero. Raúl no cree que haya que “pulir” el lenguaje para hacerlo aceptable; cree en su belleza propia, en su naturalidad, sin traspasar a lo vulgar.

Además, le enorgullece ver que algunos jóvenes aún sienten ese arraigo por su ciudad, aunque reconoce que hace falta fortalecerlo: “Yo creo que lo que realmente debemos sembrar es primero el sentido de pertenencia en Cartagena. Yo creo que eso es extremadamente importante y es un valor que nos falta como cartageneros”. Para Raúl, la cultura también vive en las calles: en el raspao’, en las palenqueras, en los rincones de Bazurto. “Creo que no hay nada más cartagenero que un ‘raspao’”, dice entre risas, pero con convicción. También resalta que “la verdadera Cartagena también es la gente de escasos recursos, la gente que les cuesta otra realidad”.

Los tres, desde lugares y generaciones distintas, coinciden en algo profundo: el amor por Cartagena no se vive en abstracto, se canta, se ilustra, se escribe. Cada uno, a su modo, ha hecho de su arte una forma de cuidar la memoria, de resistir al olvido, de invitar a otros a mirar más allá y reencontrarse con la ciudad real.

Cenelia Alcázar, lo dice con el corazón en la voz: “Mira, subes a la muralla y ahí contemplas todo, contemplas la ciudad completa. Por eso me he unido a mi Cartagena linda, la llevo en mi corazón”. Kike Sierra, desde sus ilustraciones, busca lo esencial: “Quiero como sentar una base… que haya esa actitud del artista por querer representar la ciudad”. Y Raúl Muñoz, desde su escritura, llama a construir en colectivo: “Se puede construir una mejor ciudad día a día, pero en la medida en que nos hagamos responsables de nosotros mismos y creamos ese sentido común de amor por la ciudad”.

Por Valeria Gómez Caballero

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