
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Un viento frío baja de la montaña y mueve las hojas de un árbol de encenillo que adorna el parque del caserío (o lo que debería ser el parque). Son las 4 de la tarde de un miércoles nublado y Santo Domingo parece un pueblo desierto. Aparte del árbol, lo único que se mueve son cuatro caballos viejos que se agachan a arrancar pasto del suelo.
Llegamos luego de recorrer durante media hora, desde Tacueyó, una trocha estrecha por la que se debe andar con los vidrios abajo. Es una de las órdenes que impuso el Frente Dagoberto Ramos de las disidencias de las FARC, que tiene el control de casi todo este territorio y se ha encargado de hacerlo explícito con pancartas, grafitis y retenes.
Santo Domingo es un corregimiento empotrado en las montañas del municipio de Toribio, en el norte del Cauca. En el caserío viven 16 familias, a orillas de un río de agua cristalina rodeado de un valle de palmas de cera y guayacanes florecidos que se extiende por varias hectáreas, hasta las faldas del nevado del Huila.
Salvo por algunas construcciones que fueron derribadas, el pueblito se ve casi igual que en aquella fotografía tomada el 8 de marzo de 1990 que le dio la vuelta al mundo. Metido en un suéter blanco con rayas horizontales atalajado entre el bluyín, y protegiéndose del sol con su sombrero aguadeño blanco, Carlos Pizarro Leongómez fue retratado mientras colocaba su revólver —envuelto en una bandera de Colombia— sobre una mesa repleta de fusiles y ametralladoras entregadas por los de la guerrilla que él dirigía: el M-19.
Lea también: Desde 2018 han sido asesinadas 158 lideresas y defensoras de DD. HH. en Colombia
En la imagen, que fue el prólogo del primer acuerdo de paz que se firmó en el país, se alcanza a ver una casa blanca con paredes de madera y techo en zinc, que sigue en pie. Ahora, 35 años después, tiene el rostro de Pizarro pintado en una esquina, junto a una paloma alzando vuelo. Desde allí se ve, junto al encenillo, un viejo letrero de lata con la frase “Territorio de paz”. Al lado derecho de la última palabra, dos banderines tricolor (azul, blanco y rojo) con la sigla de la guerrilla en la mitad.
Ese es uno de los pocos vestigios de la negociación que aún se mantienen en Santo Domingo, que durante 13 meses fue la sede de los diálogos entre el M-19 y el Gobierno de Virgilio Barco.
“Esa época trajo muchas esperanzas para la comunidad de Santo Domingo. Venía gente de todas partes, estábamos en la mente de muchos, nos hicieron promesas, pero desafortunadamente no se cumplieron. Tenemos un paraíso por mostrar, pero nadie quiere venir porque sigue la estigmatización y la violencia”, me dice el líder comunitario William Díaz Velazco mientras se acomoda la ruana junto a una cerca en el margen del río.
Del ‘boom’ de la negociación con el M-19 no quedó nada
William habla con la frustración de quien tiene un tesoro y no puede aprovecharlo. Las pocas familias que se resisten a abandonar el pueblo han trabajado para mostrarse al mundo otra vez: idearon rutas de senderismo y avistamiento de aves, se organizaron para ofrecer hospedaje y alimentación, montaron un museo arqueológico, gestionaron una casa de la memoria para hablarles a los turistas de la historia de Santo Domingo.
El lugar podría competir con el valle de Cocora, en el Quindío, pero la situación de orden público frena a la mayoría de visitantes. Se estima que en los tiempos de la negociación con el M-19, llegaron unos 40.000 visitantes, pero de eso solo queda un recuerdo tenue.
Le puede interesar: En fotos: los paraísos turísticos del norte del Cauca que la guerra mantiene ocultos
Los pobladores más viejos aún tienen memorias de aquellos días. A varios les tomó por sorpresa la llegada de tantos guerrilleros. Corría noviembre de 1989 cuando el Gobierno declaró a Santo Domingo como primera zona desmilitarizada y se empezaron a concentrar las tropas de todo el país. En cuestión de meses, la población del corregimiento pasó de 30 habitantes a 1.500, o más, dependiendo de las comitivas que llegaran.
Rafael Pardo, quien era el consejero de paz de Virgilio Barco y tuvo bajo su cargo la negociación con esta guerrilla, cuenta que fue el mismo Pizarro el que escogió a Santo Domingo como sede. En su libro sobre el proceso, Pardo relata que se ideó todo un plan para movilizar con garantías a los guerrilleros desde el Tolima (donde se dieron las primeras reuniones) hasta ese punto del Cauca. A Pizarro pensaban trasladarlo en helicóptero, pero se les adelantó. “Nos había dejado esperando una razón y mientras tanto se había movido por su cuenta. Y no sin riesgo, pues en la carretera su carro se encontró de frente con un retén de la Policía”, narra Pardo.
Después de la llegada de Pizarro a Santo Domingo, era frecuente escuchar las hélices del helicóptero de los delegados de Presidencia, los motores de los buses con invitados y los camiones distribuidores de víveres, que después de un arreglo en el camino pudieron llegar hasta el frente de las casas.
“Todo esto era lleno de gente del Eme, del gobierno y periodistas. A veces se dejaban ver Pizarro y Navarro Wolf y hasta se tomaban un trago con uno”, cuenta el mayor Aquilino Ul, uno de los pocos pobladores que atestiguaron los diálogos y siguen viviendo en el pueblo.
“Había fiestas y reuniones políticas todos los días. Los dueños de las tres tiendas del pueblo pasaban hasta tres noches sin pegar ojo. Cada tienda vendía semanalmente unas 90 medias de brandy, tres cajas de aguardiente y 45 canastas de gaseosa”, escribió en una crónica para El Tiempo el periodista José Navia Lame.
El ambiente festivo de las noches contrastaba con las jornadas de discusión en el día. Los negociadores del M-19 y el Gobierno debatían sobre los 10 puntos de la agenda, pero también abrían espacio para discutir propuestas de desarrollo local.
En Santo Domingo habían vivido en carne propia los efectos de la guerra. Treinta años atrás, los primeros pobladores llegaron huyendo de la violencia bipartidista. Los liberales tolimenses creyeron que atravesando el páramo estarían a salvo, pero sus enemigos conservadores llegaron hasta allá. Después de una pelea que dejó varios muertos, incendiaron el pueblo. Unos años más tarde, la guerrilla de las FARC empezó a transitar por la zona y cometió varios vejámenes.
Por eso, cuando los guerrilleros del M-19 les hablaron a los campesinos y los indígenas de que iban a presentarle al Gobierno proyectos para mejorar el pueblo, las comunidades se ilusionaron. Según el reporte de Navia, “se hablaba de un acueducto, de electrificar las veredas, de reforestar la cuenca de la quebrada La Valluna, de construir un parque con estatuas, crear estanques para piscicultura y un mercado los sábados para mejorar el comercio de la zona”.
Treinta y cinco años después, cuando se le pregunta al mayor Aquilino Ul por los beneficios que le trajo la negociación a Santo Domingo, disfraza la decepción con una sonrisa. “De eso no quedó nada para el pueblo, puras promesas. Dejaron algunas casas de las que levantaron para dormir y para sus reuniones, pero la misma comunidad las desbarató”, dice mientras se pasa la mano por la barba blanca.
Así como los guerrilleros llegaron sin mayor aviso, salieron después del acto simbólico de dejación de armas del 8 de marzo de 1990. Una larga fila de carros se armó en la entrada del pueblo para recoger a los casi mil guerrilleros que, ya sin fusiles ni uniformes camuflados, hicieron un último recorrido, de apenas 45 kilómetros, para llegar hasta el municipio de Caloto, donde se hizo la ceremonia formal de desmovilización.
Exactamente un año después, Navia llegó hasta Santo Domingo y se encontró con un pueblo casi desierto. Los pobladores le contaron que el pueblito había regresado a las tinieblas, porque en su salida el M-19 se había llevado las dos plantas eléctricas que usaron durante la negociación.
“Dos de las tiendas cerraron. La que continúa funcionando solo vende cuatro cajas de gaseosa al mes, y nadie volvió a preguntar por brandy. También desaparecieron los médicos que subían a examinar a los guerrilleros. Los proyectos de piscicultura, el acueducto y la electrificación se diluyeron igual que la reforestación de la quebrada”, se lee en la crónica, que tituló con una expresión que, incluso hoy, podría salir de la boca de cualquier habitante: “Ingratos, esos del Eme”.
El regreso de la guerra
A Santo Domingo no le sirvió de nada ser la sede del primer proceso de paz del país. Pocos meses después de la salida del M-19, las FARC incrementaron sus patrullajes por la zona y convirtieron a Toribío en el blanco principal de sus acciones. No en vano este municipio (donde está ubicado el corregimiento) es el que más ataques guerrilleros registra en todo el país.
La firma del Acuerdo de Paz de 2016 tampoco sirvió para espantar la guerra de este territorio.
Las disidencias llegaron al norte del Cauca antes que el Estado, y en los últimos ocho años han impuesto su poder a punta de masacres, asesinatos de líderes indígenas y amenazas. El frente Dagoberto Ramos, alineado con el Estado Mayor Central (EMC) de Iván Mordisco, mandan en la región. La situación es tan grave que en varias de estas veredas nadie puede andar sin un carné que certifique que es local, y cualquier foráneo debe pedirles permiso para entrar.
Le recomendamos leer: Crece la alerta por violencia contra ex-FARC: en 24 horas asesinaron a tres firmantes
El mayor Aquilino prefiere no hablar de ese tema, pero dice que se siente como si viviera en un bucle: “Yo tengo unos recuerdos de cuando se enfrentaban esas guerrillas viejas, que vivían matándose unos a otros. Hoy por hoy es lo mismo, solo que con otro nombre”.
Me despido de Aquilino y empiezo a caminar por la única calle del pueblo hasta llegar a la plaza, el símbolo de aquella entrega de armas. Los caballo siguen allí, rumiando. Subo algunos escalones para llegar a la capilla del pueblo y tomar una foto desde la colina, pero el conductor me apura con un pitazo.
Empieza a oscurecer, y él, más que nadie, sabe que no es recomendable andar de noche. Santo Domingo queda atrás mientras descendemos de la montaña. Atrás, una vez más.
✉️ Si le interesan los temas de paz, conflicto y derechos humanos o tiene información que quiera compartirnos, puede escribirnos a: [email protected]; [email protected]; [email protected] [email protected] o [email protected].
