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Fueron tres días de misterio. También tres días de engaño. Una trampa que el 19 de enero de 1974, la gran prensa colombiana tuvo la urgencia -o quizás la obligación- de reconocer: una nueva guerrilla urbana había atropellado sus páginas con anuncios publicitarios que advertían sobre su llegada sin que los periódicos supieran de qué se trataba. Era el M-19 que, con su campaña de expectativa, había logrado en los medios de comunicación su primer golpe.
El Espectador y El Tiempo publicaron el primer anuncio del M-19 el 15 de enero de ese año. El Bogotano, el 16. Los mensajes parecían estar asociados a un supuesto lanzamiento de la industria farmacéutica. “¿Parásitos… gusanos? espere M-19”. “¿Decaimiento… falta de memoria? espere M-19”. “Falta de energía… inactividad? espere M-19”. Hubo quienes, inocentes, se convencieron de que se trataba de un jarabe, un remedio o, incluso, de un insecticida.
“Cuando el anuncio saliera en la primera página, íbamos por la espada”, contó Carlos Sánchez, cofundador de esa guerrilla, en una entrevista con El Espectador en 2024. Y así ocurrió.
El 17 de enero de 1974, en los tres principales diarios del país salió un aviso que decía “Ya llega… M-19”. Era una sentencia. Ese mismo día, la nueva guerrilla, que había surgido como una respuesta al presunto fraude electoral del 19 de abril de 1970, se robó la espada de Bolívar, que era custodiada en la casa museo dedicada al Libertador en el centro de Bogotá. También se tomó el Concejo de la ciudad.
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Las acciones iniciales del M-19 removieron a la izquierda del país. Así lo recuerda el periodista Guillermo González, quien todavía era un estudiante para ese momento. “Cuando vino el robo de la espada y la campaña fue un impacto tremendo para nosotros dentro de la Universidad Nacional, como que sacudió los cimientos de todo”.
Los interrogantes llegaron, entonces, a la par de las acciones del M-19. “¿De dónde sale esto? ¿Habrá un grupo de publicistas detrás de la campaña?”, se preguntaba el periodista González. Años más tarde encontraría esas respuestas.
El espectáculo, el sello publicitario del M-19
Cuando la exintegrante del M-19 Alix Salazar araña en su memoria los recuerdos de aquella época, dice y reitera con recurrencia –a veces en un tiempo presente que se le escapa– que lo que hizo esa guerrilla “no lo había hecho ningún grupo”. Y luego añade: “Innovamos en muchos aspectos. Somos una fuerza que le da mucho peso a las comunicaciones. Y entonces, el trabajo que hacemos principalmente de comunicaciones es muy bueno. También hicimos interferencia de televisión, también lo hicimos en radio”.
Para el M-19, la publicidad que salió en los periódicos no era solo una acción inicial, era parte de la esencia misma, al menos al principio, del grupo. “Yo creo que esos anuncios y, todo lo que vino después, forma parte del espíritu ‘EME’, de romper todos los esquemas. Por eso, después se siguen repitiendo esos golpes espectaculares que van acompañados ya de tomas en diferentes regiones del país; regalan la leche, se toman buses, se toman camiones, se toman poblaciones”, dice el periodista Guillermo González, quien recogió las memorias de esa época en el libro A pesar de la noche (2017).
Todas esas acciones del M-19 llevaban consigo, además, un sello que sus dejaban en los lugares a los que llegaban, como si temieran que alguien o algo pudiese borrar los rastros de su historia. Ese sello era un boletín -una especie de periódico propio- que, en palabras de Alix, era un “discurso general de las grandes tareas”. Enseguida cuenta que había que repartirlo, dejarlo en los sindicatos, echarlo por debajo de las puertas, mandarlos por correo, hacer todo para que llegara a la gente.
El día del robo de la espada de Bolívar, el primer boletín del M-19 conoció los rincones de la casa donde ocurrieron los hechos. El papel, dice Alix, estaba marcado con el mismo símbolo de los triángulos y el fondo negro que había salido en los periódicos.
Más tarde, el grupo tendría su propia oficina de propaganda.
El día que el M-19 engañó a los medios de comunicación
Era difícil, tal vez imposible, anticipar lo que seguiría tras esa campaña publicitaria. No lo imaginaron quienes recibieron la pauta ni tampoco se cruzó por la mente de aquellos lectores de prensa que se toparon con unas siglas desconocidas mientras hojeaban o leían el periódico.
“La popularidad del M-19 siempre fue una incógnita… Utilizó la propaganda armada y la publicidad del terrorismo como nadie lo había hecho en el país”, escribió Rafael Pardo, el consejero de paz que firmó el acuerdo con esa guerrilla hace 35 años, en su libro 9 de Marzo de 1990.
Según el artículo que El Espectador publicó para explicar que había sido engañado, “un hombre muy alto, de no muy buena presencia” llegó al periódico a poner el anuncio. Según la nota de El Bogotano, un “mono” ordenó los avisos. Según la de El Tiempo, fue un “moreno”. Pero los artículos, todos publicados aquel 19 de enero del año 74, coincidían en algo: la orden de la pauta fue emitida por el laboratorio Oskarge, una empresa supuestamente ubicada en Barranquilla que después se comprobó que no existía.
“Nunca llegué a sospechar nada anormal en el anuncio pues el cliente pagó en efectivo y además me contó que él había sido enviado para colocar los anuncios, pero que próximamente llegarían a Bogotá los propietarios, para demostrar a la ciudadanía la efectividad del producto. El supuesto Loaiza manifestó que estaba alojado en el hotel San Francisco. Hubo la casualidad que se retrasó un aviso y lo llamé para indicar que se lo repondríamos, pero allí me manifestaron que no existía ningún huésped con ese nombre”, contó Guillermo García, quien se encargó de recibir el anuncio de El Bogotano, en la nota publicada por ese mismo periódico.
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Los artículos de la gran prensa coincidían en otro punto. En el de El Espectador, por ejemplo, el periodista Luis de Castro escribió que “no hay lugar a dudas de que quien o quienes elaboraron el texto y las artes son personas duchas en cuestiones publicitarias, que inclusive estaban enteradas de los diferentes sistemas de impresión que existen en los periódicos y que sabían exactamente las tarifas, por cuanto en la orden contabilizaron el total de la campaña en forma exacta”. No se equivocaron.
El concepto gráfico de la campaña de expectativa, que se pautó en El Espectador por 18.080 pesos de la época –que equivalen a 11,8 millones de pesos de hoy–, fue diseñado por Nelson Osorio, publicista, poeta y compositor, quien además fue uno de los encargados de contratar el carro en que se llevarían la espada de Bolívar.
¿Un grupo de propaganda armado?
En 1985, Guillermo González tuvo la oportunidad de entrevistar a quien para entonces era el encargado de la publicidad del M-19 y pudo resolver las dudas que le habían surgido cuando todavía era un estudiante.
“(Los encargados de la publicidad) eran un grupo que había pasado por las FARC, que había pasado por militancia de varios grupos, otros venían de la nueva postsocialista. Entonces, realmente lo clave ahí fue que era gente con formación, gente que conocía a este país, que estaba formada intelectualmente, gente que estaba cansada del sectarismo de la izquierda y eran muy creativos”, cuenta, mientras en su escritorio reposa la revista donde quedó eternizada aquella conversación.
En un momento de la entrevista González apunta: “Alguien llegó a decir que el M-19 era un grupo de propaganda armado”. A lo que el entrevistado responde: “Algún tiempo yo creo que fuimos eso, antes de que la dinámica del enfrentamiento nos llevara a otra dimensión. Yo creo que hasta el Cantón”. Se refiere al robo de más de 5.000 armas de la guarnición militar –también conocido como la Operación Ballena Azul–, que ocurrió el 31 de diciembre de 1978.
La vida cotidiana y el factor sorpresa
El cubrimiento del M-19, explica la escritora y periodista Olga Behar, arrastró consigo el de otras guerrillas como las FARC y el ELN que, si bien habían nacido en la década de los 60, no eran de fácil . “Yo recién empecé a conocer gente de las FARC más o menos en el año 82 u 83, tal vez. Con las otras guerrillas no se hablaba porque estaban muy lejos de los centros urbanos, en el monte. Precisamente era eso lo que marcaba una de las grandes diferencias entre otras organizaciones y el M-19”.
Esa diferencia del M-19, acompañada de la propaganda armada, le permitió meterse en el día a día de la Colombia de entonces, que era uno de los objetivos de la guerrilla urbana. “Nosotros comenzamos como una especie de grupo nadaísta dentro de la izquierda. Un poco iconoclasta, un poco tratando de cambiar cosas, pero sin tomarnos muy en serio. No pensábamos en lo trascendente, sino en meternos en la cuestión cotidiana”, dijo el publicista del M-19 en la entrevista que le hizo Guillermo González.
Por eso, la propaganda tenía que llegar a todos los escenarios posibles. En una reunión sindical, Alix Salazar llevó el boletín del M-19 y lo puso en el baño doblado. Alguien lo encontró. Ese alguien también gritó: “‘¡Ay, se entró el M-19! Dejaron un periódico’, decía. Fueron, lo sacaron y lo llevaron para quemarlo, pero todo el mundo miraba el periódico. Yo viéndolos, viendo a los sindicalistas con sus discursos de rebeldía mirando un periódico como si fuera algo grave”.
Cuando termina la anécdota, Alix, antes escurrida en su asiento, se endereza tanto como puede, para enfatizar en que “la publicidad del M-19 tenía el factor sorpresa. Para nosotros, y pienso que para todos los rebeldes, eso es importante”.
Así se empezó a desdibujar la espectacularidad del M-19
Para Olga Behar, el robo de las armas del Cantón Norte fue el punto de quiebre en la cobertura periodística del M-19.
Behar recuerda que el director del noticiero donde trabajaba, Jaime Soto, la llamó unos meses después del robo de las armas, cuando iba a empezar a diseñar el Consejo Verbal de Guerra en la cárcel La Picota. “Me dijo, ‘Mire, esto es una cosa diferente. Esto no lo puede cubrir un periodista judicial. Aquí hay un trasfondo político. Entonces usted queda encargada de cubrir todo lo que tenga que ver con el M-19’”, recuerda la periodista.
En su recorrido por la historia de la guerrilla que nació el 19 de abril de 1970, Alix también habla del episodio del Cantón Norte. “Hay momentos diferentes en la lucha del M-19. Porque hay un ‘EME’ bonito, propagandístico, ¿cierto? El que reparte leche, el que pone banderas, el que echa discursos, entonces es un ‘EME’ simpático. Pero cuando el ‘EME’ se lleva 5.000 armas, ya no es tan simpático”.
Cuando ese robo ocurrió, Luis Palomino, uno de los jefes de redacción de El Espectador de ese entonces, se encontraba en el periódico con tres periodistas de guardia. Uno de ellos, Guillermo González, quien relata ese momento en su libro A pesar de la noche.
“Palomino se levanta ruidosamente del escritorio. Con la bocina del teléfono en la mano derecha y sus gafas verdosas en la izquierda, grita excitado:
—¡No puede ser!... ¡¿Qué más datos hay?!
Los tres redactores que estamos en la sala semivacía caminamos hacia él y lo rodeamos. Termina de hablar por teléfono con don Guillermo, nos mira con sus ojos muy metidos, casi ocultos en las cuencas por efecto de las poderosas gafas, y dice:
—¡El M-19 se robó miles de armas del Ejército en el Cantón Norte!”.
Al rato, cuenta González, llegó Guillermo Cano y dijo: “Esto no es un hecho más. Es algo grave; es una afrenta al Ejército, al Gobierno, y va a tener consecuencias impredecibles”.
No se equivocaba. Lo que seguiría después del robo del Cantón estuvo marcado por la violencia inherente a las armas: la toma de la embajada de República Dominicana, el secuestro del Boeing 727 de Avianca y la toma del Palacio de Justicia, uno de los actos más cruentos que dejaría esa guerrilla urbana en el país. Las acciones del M-19, que empezaron con una campaña publicitaria, dejaron de verse entonces desde ese cariz de espectacularidad.
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