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Suele ponerlo en la ventana de su oficina, junto a dos crucifijos que adornan la división de madera. Cada tanto, se levanta de su silla para agarrarlo, llevarlo hasta su escritorio y señalar en él los puntos estratégicos del territorio. Ese mapa ―con 40 divisiones diferenciadas por una escala de amarillos, verdes y rosados― apenas tiene escritos los nombres de los municipios de Norte de Santander, pero mientras lo recorre con su dedo índice, monseñor Israel Bravo Cortés rellena, con sus palabras, los espacios en blanco: ríos, puentes, resguardos, pasos fronterizos hacia Venezuela, corregimientos olvidados, zonas en disputa durante esta guerra y las pasadas.
Cuando le preguntan cómo han hecho los de la iglesia para entrar a las veredas más alejadas del Catatumbo ―donde se rumora que aún hay cuerpos sin levantar, donde aún no regresan los desplazados, donde se vive con mayor intensidad el conflicto entre la guerrilla del ELN y las disidencias del Frente 33 de las FARC― su respuesta siempre es la misma: “No tenemos que entrar, porque nunca salimos, nunca nos fuimos”.
Bravo es el obispo de Tibú, donde el 16 de enero de este año comenzó la mayor crisis de violencia en la historia reciente de Colombia, tras la cruenta arremetida del ELN, que dejó más de 106 muertos y 63.000 desplazados. Monseñor mezcla sus experiencias en terreno con pasajes bíblicos y citas de filósofos y economistas. Trata de mantener la esperanza, pero no disfraza la gravedad de lo que está ocurriendo.
El sacerdote nació en el Tolima en la década de 1970 y, muy joven, se desplazó con su familia a Norte de Santander. Después de ser testigo de tantos ciclos de violencia en el territorio, sabe que hay una condición básica para cualquier transformación: “Mientras el conflicto no se detenga, es muy difícil que las cosas cambien”.
Eso, justamente, es lo que no se ha logrado en el Catatumbo. Hace cuatro meses, cuando inició la ofensiva del ELN, todos los reflectores se pusieron sobre este territorio. Hasta el papa Francisco, en su último mensaje dirigido a los colombianos, pidió por la paz de la región. Pero, como siempre, la atención de este país centralista se desvió rápidamente.
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Ahora mismo, la guerra sigue activa y hay serias inquietudes sobre las apuestas del Gobierno para contenerla (entre ellas, la concentración del Frente 33 en una Zona de Ubicación Temporal para su desmovilización y el plan de sustitución de coca RenHacemos Catatumbo). Sobre la vigencia del conflicto y los caminos para construir paz trata esta entrevista.
¿Cuál es la situación en este momento, tras cuatro meses del inicio de la crisis humanitaria?
La realidad es que el conflicto sigue. Después de la remetida de un grupo con el otro, las fuerzas se volvieron a recargar del lado de la disidencia, que había sido la más afectada al comienzo, y se han seguido dando con combates en diferentes puntos. En las veredas se siguen dando muertes, aunque de forma un poco más selectiva. Preocupa la intensidad permanente del conflicto. Además, eso ha generado un freno al desarrollo económico y el funcionamiento normal de este territorio. Ya teníamos problemas en el pasado, pero había algo de trabajo, la gente podía moverse con tranquilidad, había vida nocturna. Todo eso está bastante mermado y la gente empieza a moverse con discreción. Se siente esa presencia. El conflicto sigue muy vigente.
Hay dudas sobre la concentración del Frente 33, que como usted señala, aún mantiene los combates con el ELN. ¿Cuál es su lectura de las ZUT?
De eso se sabe poco. Hay una zona, que va a ser vigilada o cuidada por la Fuerza Pública para que el grupo se reúna. Es un esfuerzo por la paz, y todo esfuerzo siempre es valioso, pero genera inquietudes porque no se tiene claridad de cómo va a funcionar. Y como el conflicto sigue, ¿quién asegura que de pronto no haya un ataque en este lugar? La zozobra reina en el territorio. Tampoco se sabe si esta ubicación será temporal, si van a estar con armas o no. Hay más dudas que certezas en este momento.
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El gobierno reaccionó con un decreto de conmoción interior. ¿Cuál es su lectura de la respuesta institucional?
Estuve en el consejo de seguridad que hizo el presidente Petro aquí en Tibú, cuando anunció la conmoción. Yo decía en ese momento que la intención era loable en el sentido de que quería recursos para actuar, porque no los tenía. El problema siempre es quién va a manejar los recursos y cómo se van a distribuir, qué van a hacer para que no se cuele la corrupción. Todo lo que sea para mejorar esta región siempre me parecerá una gran bendición, pero hay que prestarle mucha atención a la transparencia, porque se generan grandes expectativas y esperanzas que después se vuelven grandes desilusiones.
¿Cómo se puede entender que una región tan fértil, con tanta riqueza en el suelo y el subsuelo, esté sumida en una situación de pobreza y abandono tan grande?
Uno de los factores es el no reconocer quiénes han estado en el territorio. Por ejemplo, el desconocimiento total de los indígenas al comienzo hizo que hubiera una gran guerra entre los que llegaban de afuera, los campesinos o colonos y los indígenas. Eso ha mostrado que la incapacidad de entendimiento ha generado el conflicto, que las riquezas empiezan a quedarse en más manos de unos pocos y se olvida que hay que repartirlas entre todos y que hay que buscar el beneficio de todos. En la actualidad, el conflicto se acrecienta por la presencia de un cultivo de uso ilícito muy fuerte y por unos grupos armados que no quieren ceder.
Muchos pobladores dicen que la guerra de enero se veía venir. ¿Qué hay detrás de eso?
Después del Acuerdo de Paz quedó un reducto de las FARC que empezó a funcionar aquí como disidencia. El ELN dice que le dio la mano a este grupo (el Frente 33) y que lo apoyaron para que siguiera, porque tenían las mismas intenciones, pero con el correr de los días empieza a haber fricciones, como que habían unos acuerdos que empiezan a romperse, y hacen que toda esta guerra empiece. Obviamente, alrededor de eso está la presencia de toda una cantidad de cosas ilegales: la extracción de crudo de ilegal, el cultivo ilícito de coca, las extorsiones, los secuestros… situaciones que siempre han estado latentes y que, en el fondo, demuestran la gran falta de institucionalidad. El juez funciona desde Cúcuta, la Fiscalía funciona a distancia, los colegios no han tenido grandes inversiones, la salud cojea. Todo va ahí como a medias.
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¿Qué se debería priorizar para cambiar la realidad de la región?
La educación. Los primeros en salir en buena parte de los territorios fueron los docentes. En este momento hay colegios que no están funcionando. En las regiones donde el conflicto sigue más vivo están tratando de hacer que eso funcione de manera virtual, pero varios docentes que salieron no van a volver fácilmente. De otro lado, hay que seguirle apostando al trabajo de la salud e invertirle a la infraestructura. Mucha gente dice que no hay necesidad de una carretera. Claro, porque tienen la vía pavimentada al frente de la casa. Pero quien tiene que, por ejemplo, transitar la carretera a Cúcuta cada tres días, o sacar un enfermo desde El Tarra por esa carretera destapada, a veces desolada, pues es muy doloroso. Hay que crear las condiciones mínimas, al menos una columna vertebral como la tiene el cuerpo para poderse mover con cierta fluidez.
Una de las apuestas anunciadas por el Gobierno es la sustitución de coca, pero al plan Renhacemos Catatumbo se le ha criticado mucho acá. ¿Qué piensa de la estrategia?
Algunos campesinos dicen que es un poco repetir lo que se planteaba en PNIS (Programa Nacional Integral de Sustitución del Acuerdo de 2016): que les van a pagar durante un tiempo por arrancar los cultivos y demás. En su momento, el gobierno incumplió el PNIS , no pagó y al final eso se frenó. Aún falta claridad en el nuevo programa, pero lo que sí es cierto es que hay que generar un proceso en el que los campesinos vean que lo que vayan a producir se les va a comprar, se les va a pagar, se les va a ayudar a sostener unos precios frente a un unos mercados que cada vez son más libres, más competitivo y donde pues a veces no tenemos ni las herramientas de competitividad en el territorio. Si no se piensa en todos esos elementos, al final todo el mundo va a decir: ‘Es más rentable lo que estamos haciendo ahora, sembrar coca’.
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¿Cuál es la fractura que deja en el pueblo del Catatumbo la crisis humanitaria que estalló en enero?
Siento que fue una barbarie muy grande. Atreverse a matar personas siempre será muy doloroso. En la Escritura está el texto de cuando Caín mató a Abel y el señor le pregunta a Caín: “¿dónde está tu hermano?”. Cuando a uno se olvida de que tenemos el mismo cuero, la misma sangre, la misma piel, que somos seres humanos, llegamos a un grado de degradación y de barbarie muy muy dura que hace que se imponga el poder de las armas y no el poder de las ideas ni de la razón ni el consenso ni el construir juntos.
Las armas se sobreponen…
Aunque en algún momento de la historia la gente pensó que era a través de las armas como se podía cambiar una sociedad, las sociedades modernas que han podido prosperar se han dado cuenta de que las armas siempre llevan a la muerte. Si se les da más protagonismo a las armas que a la razón, la sensatez y las capacidades humanas, pues todo se vuelve destructivo.
¿Qué se puede esperar del desarrollo de esta crisis que aún sufre el Catatumbo?
No tengo una vara mágica ni una bola de cristal, pero es necesario parar el conflicto. Mientras uno no se dé cuenta que el derramamiento de sangre, que matar al hermano y no responder por él es un grave problema, va a ser muy difícil. Y es necesario que la institucionalidad del Estado se haga cada vez más fuerte: que la inversión social sea más eficaz, se controle la corrupción y que apostándole a la paz. Aquí hay que reconocer que estamos en un territorio con mucha riqueza que puede darnos capacidades de vida en armonía y en paz.
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Hay que tener la valentía de decir: ‘las armas solo conducen a la muerte’. A la cosa más absurda que puede hacer un ser humano, al camino más estúpido, inhumano, canalla, vil, que como seres humanos podemos hacer, que es creer que somos dueños de la vida de los demás por ideas políticas, por ideologías trasnochadas, por lo que sea, olvidándonos de que lo más valioso que tenemos que tener es la vida y somos seres humanos de carne y hueso. Mientras el conflicto no se pare, es muy difícil que las cosas cambien. El Catatumbo no se puede acostumbrar a la muerte.
