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Que la vida no sea asesinada en primavera

Albeiro Guiral
15 de mayo de 2025 - 02:25 p. m.
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Hace treinta y cinco años, una ráfaga traicionera segó la vida de un hombre que había cambiado el fusil por la palabra. Carlos Pizarro Leongómez, comandante del M-19, candidato presidencial, poeta del gesto y de la voz, fue asesinado en pleno vuelo, en el aire espeso de una Colombia que no toleraba las primaveras. Lo mataron cuando hablaba de paz, cuando la democracia apenas florecía entre los escombros del miedo. No es casualidad: este país ha sido sistemático en sus intentos de silenciar la esperanza.

“Que la vida no sea asesinada en primavera”, decía Pizarro. Un lema que no era eslogan sino advertencia, no consigna sino testamento. Porque en Colombia la primavera siempre ha sido breve: la esperanza dura lo que tarda en enfriarse el cuerpo del líder que la encarna. Como si cada gesto de reconciliación desatara una sentencia de muerte. Como si la palabra “futuro” tuviera en este país una carga subversiva.

El asesinato de Pizarro no fue un acto aislado, fue parte de un patrón, de un método siniestro: el exterminio de los acuerdos, la traición pactada. Como sucedió con la Unión Patriótica, como ocurrió después con los firmantes de cada paz prometida. No se mata sólo al combatiente que entrega las armas: se asesina su palabra, su voluntad, su biografía. La muerte de Pizarro fue también la del joven que eligió soñar con otra patria posible, y la de los millones que vieron en él una promesa de justicia.

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Hoy que su memoria regresa con la fuerza de un símbolo, es necesario decir que no lo hemos honrado. Colombia no ha hecho justicia con Carlos Pizarro. Las instituciones que firmaron su seguridad no garantizaron su vida. La justicia no ha dicho todo lo que sabe. La sociedad, en muchos sectores, lo ha reducido a una postal, a una figura lejana, cuando su legado es más vigente que nunca. En un país gobernado por un excompañero de su lucha, aún se asesina a quienes firmaron la paz. Aún se gobierna como si la guerra fuera un hábito inevitable.

¿Qué nos dice Pizarro hoy, en medio de la decepción? Nos recuerda que la política es un arte poético, no una istración de cinismos. Que el poder debe ser habitado con ética, con belleza incluso. Que lo humano no es negociable. Que el país no puede seguir ahogando sus primaveras. Y que la democracia no es posible sin el respeto radical por la vida.

Los enemigos de la paz no han cambiado tanto. Son los mismos que se disfrazan de legalidad mientras financian el odio. Los mismos que veneran la muerte si viene uniformada. Los que hoy pretenden borrar las memorias de la guerra con retóricas tecnocráticas. Contra ellos, la memoria de Pizarro es un acto de resistencia. Recordarlo es conjurar el olvido, es oponerse a la amnesia nacional que hace posible que el horror se repita.

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El país debe una primavera larga, y debe también una pedagogía del duelo: hay que aprender a narrar nuestros muertos sin convertirlos en estadísticas. Hay que recordar a Pizarro como a alguien que eligió transformar el país con el cuerpo, con el verbo y con el riesgo. Su poesía política, su manera de mirar a los otros sin desprecio, su modo de decir “compañeros” como quien invoca una hermandad, son lecciones aún urgentes.

En este tiempo de sombras, cuando la extrema derecha vuelve a prometer el castigo como forma de gobierno, cuando el cinismo se vende como pragmatismo y la crueldad se normaliza, necesitamos el ejemplo de quienes imaginaron un país para todos. La palabra de Pizarro no fue domesticada, y por eso lo mataron. Pero sigue siendo semilla. Nos toca ahora, como él, cultivar la vida con rebeldía, con amor incendiado, con coraje.

Decía Gabriel Celaya que la poesía es un arma cargada de futuro, y esto no es del todo cierto, porque está cargada también de presente. Pizarro vivió así, con la convicción de que las ideas podían ser más fuertes que las balas. Que la democracia debía escribirse con manos limpias. No lo mataron por lo que fue, sino por lo que pudo ser: un presidente distinto, un líder capaz de cambiar el relato de esta nación ensangrentada.

Que la vida no sea asesinada en primavera, insistimos con él. No como lamento, sino como mandato. Que su voz siga habitando las nuestras, que su memoria nos comprometa. Y que esta vez, al menos esta vez, la palabra escrita no se fugue como en Macondo, sino que se quede a vivir entre nosotros, como una promesa que no volveremos a traicionar.

Por Albeiro Guiral

 

Mar(60274)16 de mayo de 2025 - 04:41 a. m.
Lo asesinaron porque iba a ganar las elecciones como presidente.
Edison Marulanda Peia(95126)15 de mayo de 2025 - 11:48 p. m.
Albeiro Guiral hace justicia poética en esta evocación pensada y sentida de Carlos Pizarro, en los 35 años de su magnicidio. "Su poesía política, su manera de mirar a los otros sin desprecio, su modo de decir “compañeros” como quien invoca una hermandad, son lecciones aún urgentes". Y escribe desde Pereira. Hacen falta plumas así en EE.
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