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¿Hay alguna relación entre ser más sociable y la longevidad?

¿Sabía que socializar casi a diario puede reducir en un 42 % el riesgo de muerte en adultos mayores? Un hallazgo científico revela cómo el aislamiento podría ser más letal de lo que imaginamos.

Diego Alejandro Suárez Guerrero
29 de mayo de 2025 - 03:00 p. m.
En un mundo hiperconectado, pero emocionalmente distante, el mensaje es claro: lo que verdaderamente importa no se mide en clics ni en “likes”, sino en conversaciones reales, en abrazos sinceros, en la calidez de una voz amiga.
En un mundo hiperconectado, pero emocionalmente distante, el mensaje es claro: lo que verdaderamente importa no se mide en clics ni en “likes”, sino en conversaciones reales, en abrazos sinceros, en la calidez de una voz amiga.
Foto: Getty Images
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En una sociedad que envejece aceleradamente, los vínculos sociales podrían convertirse en la herramienta más poderosa y subestimada para aumentar la longevidad. Un reciente estudio ha confirmado lo que muchos intuían: las personas mayores que mantienen una vida social activa tienen mayores probabilidades de vivir más años, y con mejor calidad de vida.

El estudio, publicado en la revista Nature Human Behaviour el 23 de de mayo de 2025, y liderado por investigadores de la Universidad de Harvard, analizó los hábitos sociales de más de 28.000 adultos mayores en China durante un período de más de una década. El hallazgo principal fue contundente: quienes interactuaban socialmente de forma frecuente vivían significativamente más tiempo que aquellos que se mantenían aislados. Pero el verdadero valor del estudio no solo está en los números, sino en el entendimiento profundo de por qué sucede esto.

El doctor Javier Méndez Ruiz, gerontólogo clínico y catedrático en la Universidad Autónoma de Barcelona, lleva años investigando cómo las conexiones sociales impactan la salud de las personas mayores. En entrevista con El Espectador, explica los resultados de esta investigación y su significado más amplio.

“Lo que este estudio confirma es algo que los geriatras ya veíamos en la consulta: el aislamiento mata. No en sentido figurado, sino literal. Las personas mayores que viven solas, que no tienen con quién conversar, con quién reír o simplemente compartir un café, desarrollan más enfermedades y, en promedio, fallecen antes”, afirma Méndez.

Según el estudio de Harvard, quienes socializaban casi a diario tenían un 42 % menos de riesgo de muerte durante el periodo de seguimiento. A esto se suma que los beneficios no dependen tanto de la cantidad de amigos, sino de la frecuencia y calidad de las interacciones. “No es necesario tener un ejército de amigos. Una vecina que pasa a saludar cada mañana, un club de dominó los martes o una llamada de los hijos los domingos puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte”, aclara el doctor.

Las razones detrás de este fenómeno son tanto biológicas como psicológicas. “Cuando una persona mayor se siente acompañada, su cuerpo reacciona positivamente. Se liberan endorfinas, disminuyen los niveles de cortisol —la hormona del estrés—, y hay una menor inflamación sistémica, lo cual tiene un impacto directo sobre enfermedades cardiovasculares, diabetes y deterioro cognitivo. Pero además de la biología, está lo emocional. Sentirse valorado y útil prolonga las ganas de vivir”, señala Méndez.

El estudio también destaca que la socialización tiene un impacto protector contra enfermedades mentales como la depresión y la ansiedad. “Una persona mayor que conversa regularmente está ejercitando su mente. Está obligando a su cerebro a recordar, a organizar ideas, a expresar emociones. Y cuando eso se hace parte de la rutina, se reduce el riesgo de deterioro cognitivo y demencia”, sostiene el especialista.

Estos resultados no son aislados. Ya en 2015, un metaanálisis de la Universidad Brigham Young había revelado que la falta de relaciones sociales es tan perjudicial para la salud como fumar 15 cigarrillos al día. “Nosotros hemos dado mucha importancia a los factores físicos de la salud: buena alimentación, ejercicio, controles médicos. Pero durante años hemos subestimado el factor humano. No somos máquinas. Necesitamos del otro para estar bien” afirma Méndez.

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El impacto de la socialización incluso va más allá de la salud individual. “Una persona mayor que se mantiene activa en su comunidad es menos dependiente del sistema de salud, requiere menos medicamentos, menos hospitalizaciones y vive con más autonomía. Esto tiene un efecto directo en la sostenibilidad de los sistemas públicos, especialmente en países donde la población mayor está en rápido crecimiento”, explica el experto.

En este sentido, muchos países han comenzado a tomar medidas. En Japón, por ejemplo, existen programas estatales que promueven la vida en comunidad a través de actividades intergeneracionales. En Dinamarca, el cohousing (viviendas compartidas por personas mayores) ha demostrado ser una alternativa eficiente y emocionalmente positiva. “Colombia, México, Chile… todos nuestros países deberían empezar a mirar este tema con mayor seriedad. Porque la soledad ya es una epidemia silenciosa, y afecta de forma especialmente cruel a los mayores”, señala Méndez.

Pero no todo depende del Estado. La sociedad en su conjunto tiene un papel clave. “Hemos construido ciudades que marginan al viejo. Bancas incómodas, transporte inaccesible, tecnología que no entienden. Si queremos que vivan más y mejor, debemos hacerlos sentir parte de la vida pública, no encerrarlos en casas o residencias como si fueran un problema. Cada uno de nosotros puede marcar la diferencia. Basta con visitar más a nuestros abuelos, con hablar con el adulto mayor que vive en el apartamento de al lado, con invitar a nuestros padres a salir, aunque sea al parque”, denuncia el gerontólogo.

Desde su experiencia clínica, Méndez recuerda casos que evidencian este fenómeno. “He visto pacientes que mejoraron su presión arterial solo porque empezaron a asistir a clases de baile. Otros que dejaron los antidepresivos después de integrarse a un grupo de teatro para mayores. Y es que la alegría compartida cura más que muchos medicamentos”.

Sin embargo, no todo es tan simple. La pandemia de COVID-19 dejó cicatrices profundas en la población mayor. “El confinamiento fue brutal para ellos. Muchos perdieron amigos, rutinas, motivación. Salir de ese aislamiento ha sido difícil y no todos lo han logrado”, reconoce con pesar. “Por eso este estudio es más importante que nunca. Nos recuerda que necesitamos reconstruir los lazos sociales y priorizar el o humano”.

Los expertos coinciden en que la clave está en fomentar relaciones significativas. No se trata solo de estar rodeado de gente, sino de sentirse parte de algo. “Socializar no es ir a un centro comercial a ver pasar a la gente. Es poder hablar con alguien que escuche, reír juntos, compartir recuerdos. Es el aspecto lo que alarga la vida”, afirma el doctor.

Nunca es tarde para conectar, dice y agrega que, “he tenido pacientes de 85 años que hacen nuevos amigos en el bingo del barrio, que aprenden a usar WhatsApp para hablar con sus nietos, que redescubren la alegría en una clase de pintura”, relata emocionado el especialista. “La edad no es una barrera para el afecto. Es, si se quiere, una oportunidad para saborearlo mejor”, concluye el experto.

Diego Alejandro Suárez Guerrero

Por Diego Alejandro Suárez Guerrero

Comunicador social y periodista de la Universidad Externado de Colombia, con énfasis en comunicación creativa y medios emergentes.[email protected]

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