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A medida que se envejece, muchos aspectos de la vida cotidiana comienzan a cambiar: las prioridades, la energía y, en muchos casos, la salud. Sin embargo, hay un lenguaje universal que no entiende de edades y que puede convertirse en un aliado poderoso contra el deterioro físico y mental: el baile.
Diversos estudios y especialistas coinciden en que la danza no solo es una forma de expresión artística o entretenimiento, sino una herramienta terapéutica que, especialmente después de los 50 años, puede tener impactos profundos y positivos en la salud integral del ser humano.
“Bailar es una de las pocas actividades que involucra al cuerpo, la mente, las emociones y el entorno social al mismo tiempo. Por eso, es particularmente beneficioso en la etapa de la madurez, cuando muchos adultos mayores empiezan a sentirse aislados, rígidos o sin motivación”, explica el geriatra y especialista en neurociencia del movimiento, Eduardo Larraín, en entrevista con El Espectador.
Los beneficios del baile para los adultos mayores son tan diversos como los géneros musicales que pueden disfrutar. Según Larraín, “el cuerpo humano está diseñado para moverse, y cuando le damos un estímulo rítmico, como la música, y lo combinamos con movimiento, no solo activamos los músculos y articulaciones, sino que también activamos regiones cerebrales clave como el hipocampo y la corteza motora”.
Uno de los efectos más notables del baile es la mejora del equilibrio y la coordinación. “Después de los 50, el riesgo de caídas aumenta considerablemente. Bailar obliga al cerebro a mantenerse alerta, a anticipar el siguiente paso, a sostener posturas complejas y a corregir desequilibrios. Esto se traduce en una mejora tangible de la estabilidad y en una reducción del riesgo de lesiones”, afirma el experto.
Además, señala que “el baile mejora la elasticidad, la fuerza muscular y la capacidad aeróbica. Muchas personas piensan que después de cierta edad ya no se puede ganar masa muscular, pero eso no es del todo cierto. Con estímulos adecuados, como ocurre en muchos bailes que requieren carga del peso corporal o desplazamientos intensos, es posible mantener o incluso mejorar el tono muscular”.
Un antídoto contra la soledad y la depresión
En cuanto a la salud mental y emocional, los efectos del baile son igual de sorprendentes. Larraín sostiene que “bailar es un acto profundamente social. Incluso en personas que lo hacen solas en casa, hay una sensación de conexión con el ritmo, con recuerdos asociados a la música, con momentos de juventud. Esto genera dopamina, serotonina y oxitocina, neurotransmisores asociados al bienestar, el placer y la conexión social”.
La depresión y la ansiedad son condiciones comunes en personas mayores, muchas veces como resultado de la jubilación, la pérdida de seres queridos o el aislamiento social. Según Larraín, “el baile ayuda a reducir los niveles de cortisol, que es la hormona del estrés, y al mismo tiempo estimula áreas del cerebro que regulan el estado de ánimo. No es casualidad que después de una clase de baile la gente salga sonriendo”.
Esto coincide con los resultados de un estudio publicado en la revista Frontiers in Aging Neuroscience, en el que investigadores alemanes de la Universidad Otto von Guericke compararon el impacto del ejercicio tradicional y el baile en personas mayores durante 18 meses. El grupo que practicó danza mostró mejoras significativamente mayores en la función cognitiva, el equilibrio y la plasticidad cerebral, especialmente en el hipocampo, una región crítica en la memoria y el aprendizaje.
¿Bailar rejuvenece el cerebro?
“El envejecimiento cerebral es uno de los mayores retos de la medicina contemporánea”, apunta Larraín. “Las enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer o el Parkinson están creciendo exponencialmente con el aumento de la esperanza de vida. Lo que hace el baile es algo que muy pocas actividades logran: desafiar simultáneamente a la mente y al cuerpo en un entorno positivo, emocionalmente enriquecedor y lúdico”.
Cuando una persona baila, su cerebro tiene que coordinar secuencias de movimiento, recordar pasos, adaptarse al ritmo, interpretar la música y, en muchos casos, seguir o liderar a otra persona. “Todo esto es gimnasia para el cerebro. En el caso de los adultos mayores, no se trata solo de retrasar el deterioro, sino de generar nuevas conexiones neuronales, gracias a un fenómeno conocido como neuroplasticidad”, dice el especialista.
En palabras de Larraín, “lo maravilloso es que el cerebro sigue siendo plástico incluso a los 70 u 80 años. Y si bien aprender un nuevo idioma o tocar un instrumento también ayuda, el baile tiene una ventaja clara: es accesible, no requiere equipamiento costoso y, sobre todo, es divertido”.
Una actividad para todos los gustos
No todos los adultos mayores disfrutan del mismo tipo de música, y eso no es un problema. Salsa, tango, flamenco, danza contemporánea, folklore o incluso zumba para adultos: cualquier estilo es válido, siempre que respete los límites y capacidades físicas de quien lo practica.
“El mejor tipo de baile es aquel que la persona disfruta. No sirve de nada imponer un estilo que no conecta emocionalmente con el individuo. Lo ideal es que el baile evoque emociones positivas, recuerdos felices y un sentido de identidad”, aclara Larraín.
Por eso, muchos centros geriátricos, clubes sociales y programas de salud comunitarios están incluyendo clases de baile adaptado en sus rutinas. En ciudades como Medellín, Buenos Aires y Barcelona, se han multiplicado los espacios donde los adultos mayores pueden bailar en horarios seguros, con instructores capacitados y en grupos que además fomentan la socialización.
Una de las barreras más comunes para que las personas mayores se animen a bailar es la creencia de que “ya es muy tarde para empezar”. Frente a esto, Larraín es enfático: “Nunca es tarde para empezar a bailar. He tenido pacientes que comenzaron a los 60 o 70 años y han experimentado transformaciones increíbles. Mejoran su movilidad, pierden el miedo a caerse, hacen nuevos amigos y, lo más importante, recuperan la alegría de moverse”.
El especialista también advierte que no se trata de alcanzar niveles de competición o de técnica profesional. “Lo que importa es el proceso, no el resultado. Una clase de baile no es un examen, es un espacio para jugar, explorar y reconectarse con el cuerpo desde el placer y no desde la obligación”.
Si bien no sustituye otros tratamientos médicos, el baile puede ser un complemento fundamental para mejorar la calidad de vida en adultos mayores. “Hay que entenderlo como una terapia integral: física, cognitiva, emocional y social. En vez de una pastilla para cada cosa, el baile ofrece beneficios múltiples en una sola práctica”, concluye Larraín.
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