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En el abrazo prolongado de una madre a su hijo, en la mirada sostenida entre dos enamorados o en una carcajada compartida entre amigos, el cuerpo humano se convierte en el escenario de una compleja pero maravillosa sinfonía hormonal. Aunque el amor suele ser descrito como un sentimiento etéreo, casi mágico, lo cierto es que detrás de sus manifestaciones más intensas se esconde una maquinaria biológica poderosa: las hormonas.
“Cuando hablamos de amor, bienestar o apego emocional, en realidad nos estamos refiriendo a procesos neuroquímicos profundamente sofisticados que han evolucionado para asegurar nuestra supervivencia como especie. Las sensaciones de conexión, felicidad o seguridad no son producto de un alma romántica, sino de sustancias químicas que nuestro cuerpo libera en momentos clave”, explica el doctor Santiago Rivas, neuroendocrinólogo con más de 20 años de experiencia en la investigación del comportamiento afectivo humano.
Oxitocina: la reina del vínculo afectivo
La primera protagonista en esta historia bioquímica es la oxitocina, a menudo apodada como “la hormona del amor”. Rivas señala que esta sustancia “no solo se activa durante los encuentros sexuales o el parto, sino también en situaciones cotidianas como un gesto de cariño, una conversación íntima o incluso al compartir una comida con alguien que queremos”.
Durante el parto, la oxitocina facilita las contracciones uterinas y el vínculo entre madre e hijo, pero su función no termina ahí. “Es fundamental en la creación de lazos afectivos estables”, afirma Rivas. “Está comprobado que las parejas que mantienen niveles altos de oxitocina tienden a tener relaciones más duraderas y satisfactorias, pues esta hormona refuerza la confianza mutua y disminuye los niveles de estrés”.
Un estudio publicado en la revista Psychoneuroendocrinology encontró que las personas que recibían una dosis de oxitocina por vía intranasal mostraban más empatía y eran más propensas a comportamientos altruistas. Aunque la istración externa de esta hormona aún se encuentra en etapa experimental, sus efectos naturales ya son evidentes en las interacciones humanas cotidianas.
Dopamina: el placer de enamorarse
“El enamoramiento inicial es una tormenta de dopamina”, asegura Rivas. Esta hormona está directamente relacionada con el sistema de recompensa del cerebro, el mismo que se activa cuando comemos algo delicioso o logramos una meta importante.
“Cuando vemos o pensamos en la persona que nos gusta, se produce una descarga de dopamina que nos hace sentir una euforia similar a la que generan algunas drogas. Por eso al principio del enamoramiento uno siente mariposas en el estómago, duerme poco, pero se siente lleno de energía, y puede incluso experimentar una especie de ‘obsesión’ con la otra persona”, dice el experto.
Según un estudio de la antropóloga biológica Helen Fisher, escaneos cerebrales de personas enamoradas mostraron una alta actividad en áreas cerebrales ricas en dopamina, como el área tegmental ventral. “El amor romántico activa las mismas zonas cerebrales que el consumo de cocaína”, declaró Fisher en su investigación. Aunque la comparación puede parecer exagerada, refleja la intensidad de la respuesta emocional y fisiológica durante las primeras etapas de una relación.
Serotonina: equilibrio emocional y amor duradero
Después de la tormenta dopaminérgica, llega la necesidad de estabilidad. Es ahí donde entra en juego la serotonina, otra hormona clave en los procesos afectivos. “Podemos decir que la serotonina es el ancla que ayuda a que el amor romántico se convierta en un amor maduro y sereno. A medida que la dopamina disminuye, la serotonina toma la posta para regular el estado de ánimo, reducir la ansiedad y promover un bienestar sostenido”, afirma Rivas.
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Algunos estudios sugieren que las personas enamoradas tienen niveles de serotonina más bajos al principio, lo que puede explicar los pensamientos obsesivos típicos del enamoramiento. Pero con el tiempo, si la relación se estabiliza, los niveles vuelven a su rango normal, contribuyendo a una sensación de calma y satisfacción.
“La serotonina también está relacionada con la autoestima y la confianza. Y estas dos variables son fundamentales en cualquier relación saludable. Si no me siento bien conmigo mismo, difícilmente podré construir un vínculo sólido con otro”, añade el experto.
Endorfinas y anandamida: los químicos de la alegría
En el cóctel del bienestar no pueden faltar las endorfinas. Estas sustancias, similares a los opioides, se liberan en situaciones de placer, como al hacer ejercicio, reír o tener relaciones sexuales. “Son analgésicos naturales que, además de disminuir el dolor físico, producen una sensación de felicidad profunda”, explica Rivas.
“La risa, por ejemplo, no solo es un acto social, también es una estrategia bioquímica para liberar endorfinas. Y cuando reímos con alguien que queremos, el efecto se multiplica”, añade.
Otra molécula menos conocida pero muy poderosa es la anandamida, también llamada “la molécula de la dicha”. Su nombre proviene del sánscrito ananda, que significa felicidad. Esta sustancia actúa sobre los receptores cannabinoides del cerebro y tiene un efecto calmante y euforizante. “La anandamida se produce naturalmente en nuestro cuerpo y se eleva en momentos de conexión profunda”, dice Rivas. “Es como un suave abrazo químico que nos recuerda que estamos bien, que estamos seguros”.
¿Qué pasa cuando el amor se acaba?
Así como las hormonas pueden encender la chispa del amor, también pueden jugar un papel en su declive. “Cuando las interacciones afectivas se vuelven conflictivas o se pierde el interés mutuo, los niveles de oxitocina y serotonina pueden disminuir, mientras aumentan las hormonas del estrés como el cortisol”, advierte el experto.
Un estudio realizado por la Universidad de Michigan encontró que las personas que atravesaban rupturas sentimentales mostraban una actividad elevada en las áreas cerebrales asociadas al dolor físico. “Esto confirma que el desamor duele de verdad, no es solo una metáfora”, explica Rivas. “Nuestro cerebro interpreta la pérdida afectiva como una amenaza y reacciona en consecuencia”.
Sin embargo, Rivas insiste en que estas hormonas no son exclusivas de las relaciones de pareja. “El amor de una madre, la amistad sincera, el amor propio o incluso el afecto por una mascota también activan los mismos circuitos hormonales. El cuerpo no discrimina el tipo de vínculo; lo que le importa es la conexión emocional”.
Además, existen prácticas cotidianas que pueden ayudar a mantener estos niveles hormonales en equilibrio. “Dormir bien, hacer ejercicio, comer alimentos nutritivos, practicar la meditación o el mindfulness, y sobre todo, cultivar relaciones afectivas sanas son formas muy efectivas de estimular nuestras hormonas del bienestar”, señala.
¿Se pueden “manipular” estas hormonas?
Ante esta pregunta, Rivas es claro: “Sí y no. Es decir, no podemos forzar el amor ni fabricar vínculos genuinos, pero sí podemos crear las condiciones propicias para que nuestro cuerpo libere estas hormonas de forma natural”.
El uso de suplementos o medicamentos que interfieren en los niveles hormonales es un campo delicado y, en muchos casos, experimental. “Lo importante es no olvidar que las hormonas son herramientas, no soluciones mágica. El amor, como la salud, requiere cuidado, atención y un entorno emocional seguro para florecer”, concluye el neuroendocrinólogo.
