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Conocer y proteger al tití cabeciblanco: una misión de todos los colombianos

El primate de la melena blanca, que habita únicamente en los bosques secos tropicales de Colombia, a pesar de que ha despertado la iración del mundo por su belleza y comportamiento, sigue siendo una especie en peligro crítico de extinción.

Rosamira Guillén*
11 de abril de 2025 - 01:00 p. m.
Un tití cabeza de algodón silvestre (Saguinus oedipus) descansa sobre una rama en el bosque tropical seco de Colombia.
Un tití cabeza de algodón silvestre (Saguinus oedipus) descansa sobre una rama en el bosque tropical seco de Colombia.
Foto: ©Lisa Hoffner - ©Lisa Hoffner
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El tití cabeciblanco (Oedipomidas oedipus) es un pequeño primate que habita exclusivamente en Colombia, en los bosques tropicales del Caribe, especialmente en los departamentos de Atlántico, Bolívar, Sucre, Córdoba, el norte de Antioquia y una pequeña porción del Chocó. Con su característica melena blanca y sus expresivos ojos, este tití cabeciblanco es considerado un símbolo de la biodiversidad colombiana. Sin embargo, también es uno de los primates más amenazados del mundo.

Su vida social es tan compleja como fascinante. Los titíes cabeciblancos viven en grupos familiares de dos a diez individuos, normalmente conformados por una pareja reproductora y sus crías. Estos grupos son estables y crecen lentamente, sumando en promedio dos nuevos cada año, pero a medida que los jóvenes maduran, suelen abandonar el grupo para buscar nuevas oportunidades reproductivas o formar sus propios núcleos.

Altamente territoriales, los titíes cabeciblancos defienden activamente sus áreas de vida, que pueden abarcar entre dos y diez hectáreas. Prefieren los bosques primarios y secundarios, donde se desplazan principalmente por el dosel medio. Sin embargo, la pérdida de hábitat ha obligado a muchos grupos a vivir en cercas vivas o fragmentos de bosque de baja calidad, donde son más vulnerables a los depredadores y otras amenazas.

Además de ser hábiles cuidadores de sus crías y exploradores incansables del bosque, los titíes cabeciblancos son comunicadores excepcionales. ¡Pueden emitir más de 38 tipos distintos de vocalizaciones! Estos sonidos les permiten advertir sobre peligros, defender sus territorios, buscar pareja, señalar la presencia de alimentos y mantener la cohesión del grupo. Investigaciones han clasificado estas vocalizaciones en seis grandes grupos, resaltando la riqueza y complejidad de su lenguaje.

Su dieta es igualmente diversa. Consumen frutas, néctar, insectos, exudados de los árboles, flores y pequeños vertebrados. Durante la temporada de lluvias, aprovechan la abundancia de frutas, mientras que en la época seca dependen principalmente de exudados. Esta flexibilidad alimenticia les permite adaptarse a los cambios estacionales y sobrevivir en un ecosistema cada vez más amenazado.

Deforestación y captura ilegal, las amenazas de la especie

La deforestación extensiva de los bosques tropicales que conforman su hábitat natural es la principal causa de la gran disminución de los individuos de esta especie. Además, la captura ilegal para el comercio de fauna silvestre, particularmente como mascotas, sigue siendo una amenaza latente.

Según datos de Global Forest Watch, entre 2002 y 2023, el 98% de la pérdida de cobertura arbórea en su área de distribución ocurrió en bosques naturales. Esto equivale a una reducción del 5% del total de bosque desde el año 2000, impulsada por la expansión agrícola, la minería, la tala ilegal y la urbanización descontrolada. Los departamentos de Atlántico y Bolívar han sido particularmente afectados, comprometiendo seriamente los últimos fragmentos viables de hábitat para la especie.

No es la primera vez que el tití cabeciblanco enfrenta una amenaza masiva. Entre las décadas de 1960 y 1970, entre 20.000 y 40.000 individuos fueron extraídos de su entorno natural y exportados, principalmente a Estados Unidos, para ser utilizados en investigaciones biomédicas. Si bien estos estudios contribuyeron al entendimiento de ciertas enfermedades humanas, como el adenocarcinoma de colon, el costo para las poblaciones silvestres fue devastador. Aún hoy, este tití sigue siendo víctima del tráfico de fauna, especialmente como mascota exótica.

Fundación Proyecto Tití

Ante esta situación crítica, la Fundación Proyecto Tití (FPT) lidera desde hace más de dos décadas un esfuerzo integral de conservación.

En 2005 y 2006, la Fundación realizó el primer censo poblacional en el área histórica de distribución del tití, revelando la existencia de menos de 7.400 individuos. Esta alarmante cifra motivó la recomendación de clasificarlo como “En Peligro Crítico”, una categoría que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) adoptó en 2008. El gobierno colombiano hizo lo propio en 2010, según consta en la Resolución 1912 de 2017.

Un segundo censo realizado por la FPT, realizado entre 2012 y 2013, estimó una población cercana a los 7.000 individuos, lo que sugiere cierta estabilidad en las regiones monitoreadas. Aunque el número total sigue siendo bajo, una población estable en estas condiciones puede considerarse un logro de conservación. La FPT ha establecido tres sedes de campo en Atlántico, Bolívar y Sucre, desde donde lidera programas de monitoreo, restauración, educación ambiental y desarrollo comunitario.

El programa de investigación de la Fundación Proyecto Tití, el más longevo en monitoreo de vida silvestre de los titíes cabeciblancos, cuenta con tres sedes de campo en los departamentos de Atlántico, Bolívar y Sucre.

En cuanto a la restauración y protección de bosques, la Fundación comenzó protegiendo 70 hectáreas al establecer la Reserva Natural Regional Los Titíes de San Juan en 2015 y actualmente ha alcanzado las 900 hectáreas protegidas para la conservación de estos carismáticos primates. En los últimos cinco años, se han almacenado y conservado en el banco de semillas más de 100,000 semillas de más de 70 especies nativas del bosque seco tropical.

Además, se han propagado cerca de 110,000 plántulas nativas, con una tasa de supervivencia cercana al 70% después de los primeros tres años. Gracias al programa de restauración, más de 370 hectáreas de antiguos pastizales y cultivos agrícolas se han transformado en nuevos bosques para el tití cabeciblanco y la fauna local.

Los programas sociales de la Fundación han llegado, en los últimos cinco años, a más de 17,000 estudiantes en 40 comunidades rurales. Las evaluaciones de los programas educativos muestran un aumento significativo en el conocimiento de los estudiantes sobre el tití cabeciblanco, así como cambios positivos en sus actitudes y comportamientos, reflejados en el rechazo a la tenencia de estos primates como mascotas (Una de nuestras consignas: ¡Los titíes NO son mascotas!).

Asimismo, en las Comunidades Amigas del Tití, donde se han firmado acuerdos de conservación que promueven el desarrollo sostenible y la protección del tití cabeciblanco, el 90% de los participantes percibe una mejora en su calidad de vida gracias a su participación en los programas comunitarios. Cerca del 84 % de los firmantes cumplen con los compromisos establecidos, y el 90 % permanece dentro del programa.

Desde la Fundación Proyecto Tití, enfatizamos que el tití cabeciblanco no solo es importante por su belleza y comportamiento fascinante, sino que, este pequeño primate es un indicador clave de la salud de los bosques donde habita. Su presencia nos habla de la calidad del ecosistema y de la relación de las comunidades con su entorno. Proteger al tití significa conservar uno de los ecosistemas más amenazados de Colombia y garantizar un futuro sostenible para las personas que viven en estas tierras.

La conservación del tití cabeciblanco es, en última instancia, un esfuerzo colectivo y una responsabilidad de todos los colombianos. Cuidar sus bosques, frenar la deforestación y valorar nuestro patrimonio natural son acciones urgentes y necesarias. El llamado de la Fundación Proyecto Tití es claro: todos podemos ayudar a que este pequeño embajador de Colombia siga saltando libre por su bosque.

*Directora ejecutiva de la Fundación Proyecto Tití.

Por Rosamira Guillén*

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